Patricia, murciana de 34 años de edad, se gana la vida como asistente sexual, una ocupación que, según explica, todavía sigue siendo «un tabú». Tanto, que «de hecho, yo ya no trabajo en la Región y voy fuera cuando tengo algún servicio», explica la joven.

La asistencia sexual existe y está en marcha desde hace años en la Región de Murcia, aunque no se vean en los buzones letreros de 'asistencia sexual' como puede verse el de 'abogado'. Se trata de organizaciones (o personas particulares, como Patricia) que se ofrecen para que personas con distintas discapacidades encuentren una vía a través de la que desarrollar su sexualidad. La aparición de servicios de asistencia y acompañamiento sexual para personas con diversidad funcional abría el debate sobre la necesidad de regular la actividad.

Patricia comenta a LA OPINIÓN que, en su caso, empezó con personas concretas que ella seleccionaba. Les recibía en su propia casa y se dedicaba «a masajes y terapias». Por aquel entonces, cuenta la joven, «me sacaba un dinero mientras estudiaba». Hoy en día, «me he ido metiendo cada vez más en el tema de la discapacidad y ya solo hago eso», manifiesta.

La joven insiste en que le gusta «formarse» para aprender a tratar mejor a sus pacientes, y admite que le costó mucho «al principio» trabajar con personas con diversidad funcional, ya que se «emociona» mucho.

Preguntada por si considera que aún hay muchas personas que, por vergüenza, no recurren a un asistente sexual, aunque lo necesiten, Patricia contesta que «más que la vergüenza de los propios discapacitados suelen ser los tutores o familiares los que impiden que puedan acceder a este servicio».

En cuanto a cuáles son las principales demandas que tienen las personas con diversidad funcional que contratan los servicios de un asistente sexual, la chica explica que «la principal demanda es tener una relación sexual completa, aunque en otros muchos casos también se le ayuda con la masturbación».

En cuanto a si cree que los poderes públicos harán una regulación de esta labor profesional o no está entre sus prioridades, Patricia apostilla que «hay varias experiencias a nivel nacional, pero donde más sensibilización hay y más desarrollado está es en Barcelona». «De momento, vivimos en un limbo legal», destaca.

Preguntada por qué vínculo se crea entre el asistente sexual y la persona que contrata sus servicios, la joven murciana subraya que «se crea un vínculo muy profundo, porque el usuario tiene mucha carencia afectivo-sexual. Por eso no es conveniente que la misma terapeuta sexual repita varias veces con un mismo cliente», aclara al respecto.

Patricia indica que existe un código ético entre los asistentes sexuales. «Asociaciones han generado unos códigos éticos, pero carecen de validez legal», dice.

En cuanto a cuál es el perfil de las personas con diversidad funcional que recurren a los servicios de un asistente sexual, según su experiencia, la joven señala que «generalmente son hombres con discapacidad mental, aunque también hay cada vez más mujeres que solicitan el servicio».

Preguntada por cuánto tiempo de media dura el servicio que se presta, la murciana detalla que «hay casos especiales pero normalmente suele durar alrededor de una hora». Dependiendo de cuál sea el servicio a prestar.

¿Cómo pueden contratarse hoy en día estos servicios? A través de Internet, principalmente. Es el modo de contactar. «Hay varias alternativas, a través de páginas de contacto o páginas web», comenta Patricia, que comenta que en algunas regiones se ofrece el servicio por medio de asociaciones», pero que «a día de hoy, en Murcia no hay ninguna entidad que gestione ese servicio».

Eso lleva a las personas interesadas en prestar este tipo de servicio a buscarse la vida para anunciar que, quien desee contratarlas, puede hacerlo. Por ejemplo, en la web asistenciasexual.org se puede ver qué personas ofrecen asistencia sexual en la Región.

Estas personas detallan a sus clientes potenciales si cuentan con un local propio para prestar el servicio o si, por el contrario, se desplazan a hoteles o al propio domicilio del interesado. En cuanto a las tarifas, cada uno fija la suya como considera conveniente, aunque la mayoría de las que aparecen en el citado portal oscilan entre los 40 y los 60 euros.

No es extraño que un asistente sexual prefiera trabajar fuera de la provincia en la que vive. Es lo que hace Patricia y lo que hace, por ejemplo, Alberto, que se anuncia en asistenciasexual.org: «Soy de Valencia, pero me desplazo por Alicante, Castellón, Murcia, Albacete, Barcelona o Tarragona», escribe este hombre.