Creo que esta manera de llamar a Vox que utilizó el secretario general del Partido Popular nacional, Teodoro García Egea, «la ultraderechita cobarde», en la rueda de prensa posterior al 2º pleno de investidura del candidato Fernando López Miras expresa muy bien el grado de cabreo, la cantidad enorme de frustración que almacenaban en sus tristes y desgastados sesos los miembros del PP y sus simpatizantes que, desde los más recónditos rincones de esta Región, llegaron hasta la Asamblea Regional, en el día de ayer, llamados a toque de corneta por los líderes o sublíderes, que vaya usted a saber, pero el caso es que materialmente inundaron los salones de público.

La verdad es que la puesta en escena que montó el PP fue de cine. Primero llegó la gente a bandadas y fue ocupando tanto las sillas que tenían reservadas como algunas de las que tenían reservadas otros seres humanos de otros partidos, lo que obligó al personal de la Asamblea a levantar a algunos muy educadamente. Después fueron ocupando sus escaños los diputados y los miembros de la mesa. Los ujieres estaban en sus sitios, los plumillas en el nuestro, los fotógrafos -por lo menos diez- esperaban con sus cámaras a punto, los de las teles con las suyas. Solo faltaba una persona, un ser humano, un hombre: el candidato López Miras.

Todos nos mirábamos los unos a los otros, incluso el fragor de las conversaciones bajó y se hizo casi un silencio. Entonces, en vez de entrar por el acceso que hay al fondo del hemiciclo, él, en persona, apareció por la puerta del salón del público. Los militantes y simpatizantes, sus diputados y la familia se pusieron en pie y un atronador aplauso inundó la cosa. Por el pasillo se deslizó el candidato en olor de multitud, llegó a su asiento entre los flashes y sonriendo al personal se posó, más que se sentó, en su escaño.

El presidente le dio la palabra y comenzó un discurso breve, sin papeles, dirigido fundamentalmente a Vox, pidiéndole que lo votara por Dios, por su Santa Madre y por todos los Santos del cielo. Quizás el comentario de un periodista que estaba cerca de mí defina mejor que nada el contenido de esas palabras: «No le falta más que bajarse los pantalones», dijo el plumilla mientras estaba escuchando. Les susurró a los de la ultraderechita derechita cobarde -según Egea- que les pedía el voto «con humildad» en dos ocasiones, que fuesen generosos con él, que les ofrecía «respeto», «compromiso». Les dijo que estaba de acuerdo materialmente en todo con ellos, que sus propuestas no recortaban libertades. De verdad, oiga, que me dieron ganas de levantarme y decirle a los de Vox: «coño, votadlo, que no sufra más, el pobre».

Diego Conesa, del PSOE, salió a dejar claras un par de cosas: una, que él fue el que ganó las elecciones y que el PP perdió 6 escaños, así que sus derechos tiene. Y dos, recordarle a Isabel Franco que López Miras había dicho unos momentos antes que estaba dispuesto a cumplir el programa de Vox en un 95%, que si ella veía eso bien después de tanto asco demostrado al material.

Luego actuó el Sr. Liarte, de Vox, que nos sacó ya de dudas: que los de Ciudadanos de aquí son más buenos que el pan, pero que los de Madrid son muy, muy malos, así que iban a votar que no (estoy seguro que dijo esto porque no sabía que Teodoro García los iba a llamar «la ultraderechita cobarde». Si lo hubieran sabido habrían votado sí, por miedo a semejante sambenito.

Óscar Urralburu habló como siempre, bien, y les sacó las vergüenzas al PP y, sobre todo, a Ciudadanos por sus cesiones a Vox. Isabel Franco, a la que nombró en media docena de ocasiones, no lo miró siquiera. Estuvo todo el tiempo dándole caña al móvil y a la tablet, como si la cosa no fuera con ella. Ya ves tú, y sí que iba.

Y ella, Isabel Franco, del partido que nunca se iba a sentar con Vox, pero que había estado cinco horas de reunión por la mañana, la que nunca aceptaría las propuestas de ese partido manifestó allí que no le parecía que los planteamientos de la ultraderechita cobarde (según Teodoro) fueran un obstáculo para el pacto, apretándole las clavijas por un lado y dándole cera por el otro para que entraran por la tira. De verdad que fue un poco penoso, oiga. Las cosas que tiene que hacer uno, o una, en la vida. Hay que ver.