Desde cámaras camufladas en bolígrafos a pinganillos en la oreja ocultos tras un mechón de pelo o un pañuelo. Todo vale a la hora de intentar conseguir una ayudita extra en los exámenes. El auge de las tecnologías se lo está poniendo fácil a los estudiantes, que intentan copiar a distancia, más allá de las típicas chuletas escritas con letra diminuta en papeles muy pequeños. Y hay quien ya está haciendo negocio con esto.

El que se forra es quien está al otro lado del pinganillo. Son 150 euros por examen, según pudo comprobar LA OPINIÓN llamando a uno de los teléfonos que se anuncian en Internet bajo el epígrafe 'ayudo a copiar'. El anunciante no es un aficcionado: afirma ser «ingeniero electrónico» y asegura no aceptar «ningún examen que no esté seguro de aprobar». Y no se trata de únicamente una persona: hay varios, son un equipo perfectamente organizado que han hecho de esta práctica su modo de ganarse la vida. Ante la pregunta de cómo ha de hacerse, aconsejan meter dos móviles en el aula (uno para depositar donde diga el profesor, el otro para llevarlo contigo escondido), hacer una foto del examen, mandarla por WhatsApp y esperar instrucciones por el pinganillo. El dinero ha de ser depositado en una cuenta antes de hacer la prueba.

A la hora de hacerse con un pinganillo para poner en marcha esta práctica alegal, hay portales de Internet en los que se venden sin problema alguno. «Damos servicio 24 horas, pedidos para toda España, y de dónde más nos piden es de Sevilla y Murcia», dice una mujer, responsable de uno de estos portales, que pide que no se revele el nombre de su negocio.

No solo ganan unos euros haciendo exámenes a distancia: también elaborando complejos trabajos. Rafael es un murciano de 26 años que asegura haber cobrado hasta 700 euros a compañeros de su clase por elaborar un trabajo universitario de final de carrera, los ahora llamados TFG -Trabajo Final de Grado-. Rafael, cuyo nombre es ficticio, redactaba proyectos académicos para otros alumnos durante su etapa como estudiante en la Universidad Católica de San Antonio (UCAM), recién terminada. «Al principio los hice casi por hacer un favor, pero después se corre la voz y al final la gente acude a ti para que les hagas su trabajo», cuenta Rafael a esta Redacción, que ha podido constatar que hizo trabajos en la universidad para otros estudiantes.

Los TFG resultaban la tarea más laboriosa, pero no era la única que realizaba Rafael. «También hacía trabajos de final de asignaturas. Por estos proyectos, menos laboriosos que un TFG, cobraba 300 euros por cada uno de ellos. Un TFG requiere de tiempo y dedicación. No se puede terminar en varios días ni siquiera en un mes. Y hay que extremar las precauciones para no ser detectado por los profesores ni en los servicios antiplagios, cuenta Rafael.

¿Por qué fijaba un valor 300 euros de por estos trabajos? En la UCAM, la matrícula de una asignatura cuesta más de 400 euros, por lo que Rafael les proponía un precio ligeramente inferior: «Les ofrecía una cantidad menor a la que tenían que pagar si suspendían la asignatura», relata. «Les decía: por 300 euros evitas matricularte otra vez y no tienes que hacer el trabajo». La mayoría de las ocasiones acudían a Rafael compañeros que veían muy apurado el plazo para entregar el trabajo terminado y en condiciones. «Algunos eran alumnos mediocres; otros no tenían tiempo, pero también he llegado a hacerlo para buenos estudiantes».

Un TFG costaba más del doble que un trabajo final de asignatura. «Por menos de 700 euros no me merecía la pena». La elaboración de un TFG se prolonga durante todo un curso. «La información se elabora desde el inicio, para evitar sospechas de plagio por parte de los profesores», explica. «Hacía el TFG conforme avanzaba el curso, enviándole cada parte en su plazo», pues cada mes los alumnos tienen que rendir cuentas a sus tutores. «Me reenviaban los correos que les mandaban los tutores y por tanto sabía exactamente lo que necesitaba mi compañero». «Pero era faena muy trabajosa; y al final decidí encargarme sólo de los formatos», añade Rafael. La maquetación de un TFG supone un quebradero de cabeza para muchos alumnos: «En la UCAM pedían un Word muy exhaustivo». Para Rafael, en cambio, era pan comido: «Era lo que más hacía: revisiones ortográficas y maquetaciones». Se trata de incluir correctamente los encabezados de los documentos, la numeración, la tipografía, la intercalación de páginas en blanco... Rafael cuidaba al máximo cada detalle para conseguir el aprobado de su 'cliente'.

El primer TFG que elaboró para un tercero lo aceptó por un compromiso. «Al mes siguiente tenía una llamada de un número desconocido. Le habían hablado de mí. Después recurrían a mí gente que no tenía relación. Y así me hice con una red de clientes», cuenta, aunque matiza que él nunca se anunció en Internet. «No quise esa etiqueta».

Rafael cuenta también que antes de entrar en la universidad ya desempeñaba trabajos para compañeros de clase. Lo hacía durante su etapa en el instituto. Claro que en aquel tiempo cobraba «entre 3 y 5 euros». «Hacía proyectos para compañeros que necesitaban sacar muy buena nota», rememora. «Les ayudaba porque no tenían tiempo para todos y buscaban trabajos perfectos, de sobresaliente y me los delegaban a mí».

Por su parte, el coordinador de la Universidad de Murcia (UMU) para la Selectividad, Joaquín Lomba, recuerda que todo alumno que sea pillado copiando en esta pueba «se arriesga a que se le anule». No solo en la asignatura en la que le han cazado con las manos en la masa: en el resto también. «Si le pillas con un pinganillo, corre el riesgo de que se le expulse de toda la convocatoria», asevera.

No obstante, es raro que aparezca un estudiando armado «como MacGyver» para hacer un examen, asegura. Y es que «en Selectividad, el nivel de presión es muy alto, la gente se lo piensa mucho» a la hora de intentar copiar.

Además, se da la circunstancia de que «el principal vigilante es el compañero», dado que cada estudiante «se está jugando su futuro», apostilla Lomba.

De ahí que un alumno que vea cómo otro copia no vaya a callarse: se lo dice al profesor. A ello se une que en Selectividad «hay más vigilancia», detalla el docente.

El profesor es consciente de que la chuleta clásica «existirá toda la vida», aunque se las vea poco por Selectividad porque «el nivel de presión es mucho más alto y los compañeros enfilan».