¿Qué significa realmente «ser un hombre»? El feminismo está obligando a los hombres a escuchar preguntas que nunca se han hecho o que no quieren hacerse. Con la figura del machote repudiada por la misma sociedad que antes parecía existir sólo para imitarla o admirarla, y comprobando cómo la estructura del patriarcado se revela nítida a poco que se quieran ver sus pilares, muchos varones se preguntan en silencio en qué momento el ideal del guerrero fuerte y heroico hacia el que se encaminaban se convirtió en el enemigo público número uno. Una minoría se rebela y trata de cambiar, otros pocos se encastillan y radicalizan su posición y una mayoría silenciosa observa y calla, sin saber muy bien qué hacer.

No es una pregunta nueva para las ciencias sociales pero hace muy poco que ha irrumpido en el debate público. Ahora la televisión anuncia marcas de afeitado que se posicionan contra la «masculinidad tóxica» y en los programas empiezan a salir hombres igualitarios que promueven la renuncia a los privilegios de género. Internet y las redes, sin menos filtros, difunden las ideas igualitarias pero también acogen a la reacción, más sofisticada y adaptada a la audiencia joven que el viejo macho ibérico que sobrevive en bares, festejos y tertulias.

«Hoy en día existen los machistas radicales, que se han quitado la máscara y presumen de ello, como los que llevaron camisetas de ‘chupa y calla’ a los sanfermines tras el caso de La Manada, y luego hay gente que está redefiniendo sus límites y posicionándose», sostiene Erick Pescador, sociólogo, sexólogo y especialista en masculinidades. Este es, para su colega de campo Joan Sanfélix, «un momento histórico, en el que algunos hombres pueden sentirse marginados porque se pone en duda su ontología, su ser».

El feminismo, una oportunidad para todos

La Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (Ahige) lucha desde varias comunidades de España para derribar este concepto de machote. En la Región de Murcia, su presidente, Santiago Fernández, aclara que no se trata de ir en contra de la masculinidad, sino que reniegan del modelo de masculinidad patriarcal. «Queremos posicionar a los hombres en favor del movimiento de igualdad, trabajar por desmitificar lo que se entiende como privilegios del patriarcado que en realidad nos perjudican», expone en declaraciones a LA OPINIÓN. Para Ahige, el patriarcado esconde muchas trampas para los propios varones a los que supuestamente beneficia. «En realidad, socialmente, nos exige, nos oprime, nos asfixia. Tenemos que hacer visibles esas trampas».

La igualdad es una oportunidad también para los hombres, y es por eso que desde la Asociación «abrigan el feminismo». «Significa igualdad y eso no se consigue solo con las mujeres», apunta Fernández, quien insiste en que «la construcción de la equidad nos beneficia a todos». Algo que no toda la sociedad entiende y prueba de ellos es el repunte de machistas que anuncian su condición con orgullo. Lo cierto es que en Europa proliferan partidos tradicionalistas, algunos, como Vox, con electorado mayoritariamente masculino, y movimientos y publicaciones pro supremacía masculina como Alt-Right o Incel en Estados Unidos. Pero el modelo pervive también en votantes, líderes y discursos de izquierdas. El vínculo entre extremismo y los ataques a la virilidad estaría en que la pérdida de poder obliga a los afectados a buscar referencias hipermasculinas en el pasado, desde donde saludan con rectitud y hombría los fascismos. «Esto es un movimiento casi normal, ese extremismo solo demuestra el éxito de la liberación de la mujer», señala el presidente de Ahige en Murcia.

«Conforme el feminismo avanza, conforme se instala, conforme se ve como hay hombres que se suman al movimiento, este sector extremista se está poniendo nervioso, entiende peligrar su hegemonía y sacan los pies del tiesto».

Los hombres sensibles, unos traidores

«La masculinidad es frágil porque estar intentando demostrar todo el rato tu poder te hace estar en alerta todo el tiempo. Estás en pelea contigo mismo. Cuando estás seguro de quién eres no tienes que pelearte todo el rato», explica Pescador, acostumbrado a exponer la raíz del malestar en la masculinidad en charlas y cursos. El sociólogo aplica la idea de que exhibir constantemente alguna cualidad sólo indica inseguridad.

En esta lógica, cualquier mensaje del feminismo se puede interpretar como propaganda enemiga, una estrategia para debilitar al rival. Pero cuando la crítica a la masculinidad procede del propio bando, de otros hombres, se dedica más atención a distinguir si el que habla es amigo o es un traidor. Y es en esas condiciones como están trabajando las asociaciones de hombres igualitarios.

El feminismo ha conseguido que la mujer gane, pero la masculinidad no. Se aplaude a la mujer que se empodera y se muestra libre, pero continúan las burlas hacia los hombres que lloran. «Un hombre sensible se sigue viendo raro. Incluso como traidores», explica Santiago Fernández, quien reconoce que han recibido «numerosos comentarios negativos» en las redes sociales por los objetivos que persigue la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género. «Por ello es necesario y urgente desarrollar políticas de igualdad especialmente dirigidas a los hombres. No se va a conseguir una equidad real hasta que los varones no adoptemos una mirada feminista».

Muertes «por huevos»

Existen una serie de estadísticas que denotan que el modelo patriarcal no solo es negativo para los derechos de las mujeres, sino que limita la existencia de los propios hombres. Una investigación reciente de la Asociación Americana de Psicología vincula la masculinidad tradicional con problemas de salud. Ser un machote duele y es malo. Por sexo, el 80% de los fallecidos en accidentes de tráfico son varones, frente al 20% de mujeres, cifras que se mantienen estables desde hace años en España, según los últimos datos de la Dirección General de Tráfico. «El número de suicidios también es muy preocupante, 8 de cada 10 que lo cometen son hombres», apunta Fernández, quien también pone de relieve que resulta muy significativo el porcentaje de violencia «no solo hacia las mujeres, también entre hombres» . El 95% de los actos delitivos en el territorio español están cometidos por personas del sexo masculino. «Hay un deficit de gestión interna y emocional que parece que solo nos deja usar la violencia», lamenta el representante murciano de Ahige.

Es lo que el sociólogo Pescador llama muertes «por huevos». Para el divulgador, la masculinidad asume el riesgo como forma de interacción social, lo que explica la predisposición a la violencia. La necesidad de adquirir la hombría y de certificar la conquista con la aprobación externa instala la ansiedad en los chicos desde la pubertad. Desde entonces y para siempre, el varón que no rompa con el ideal deberá cumplir con sus expectativas y condiciones.

Como señala Sanfélix, los varones han puesto en duda este ideal muy pocas veces. Los movimientos antimilitaristas y pacifistas de los 60 fueron los primeros en Occidente en pedir la renuncia a usar armas. Una grieta importante en la corteza de la identidad masculina, porque son el símbolo del guerrero y de la sociedad moderna que construyó. Pero el cambio que ahora amenaza al búnker, al núcleo, se había sembrado y pronto brotarían flores de los cascos de los soldados.

La ruptura de la insumisión

Juanjo Compairé, profesor y miembro de la asociación Homes Igualitaris de Catalunya, recoge en un trabajo titulado Rompiendo filas. Voces desde la objeción de conciencia y la insumisión testimonios de personas que participaron en el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y en grupos de insumisos durante los años 70, 80 y 90 en España. Entre 1985 y 1995, el número de llamados al servicio militar obligatorio que se negaban a tomar las armas pasó de 12.170 a 72.882 según un reportaje publicado en Interviú recogido por el MOC. Muchos varones ya no se identificaban con la misión del soldado, al menos de forma literal.

La mili desapareció. «A finales de los 90, centenares de miles de jóvenes se oponen al servicio militar y lo hacen inviable. Cayó en 2001 como una fruta madura», explica Compairé. Supuso un tremendo cuestionamiento de los valores, o más bien de su reverso tenebroso, que van aparejados a la figura ideal masculina. «El antimilitarismo del MOC y la insumisión tenía detrás a un grupo diverso de hombres que rechazaba la uniformidad y los roles militarizantes, violentos o de obediencia sin razonar ni criticar», recuerda Compairé.

«El MOC fue una escuela de deconstrucción del hombre violento y fue piedra de toque en esa revisión de la masculinidad, pero luego cada movimiento ha tenido su evolución. Muchos objetores e insumisos forman parte hoy de asociaciones igualitaristas. Y es significativo cómo está aumentando ahora el número de hombres en los estudios de género», concluye el autor de este informe. «Pero la oposición al ejército no es oposición al patriarcado. En eso han sido más influyentes el feminismo y el movimiento LGTBI», aclara.

Uno de los logros más importantes del antimilitarismo en España fue romper con el rito de paso para lograr la «ciudadanía masculina» que representaba la mili. Jóvenes lampiños abandonaban su entorno por primera vez en su vida y aprendían lo que era el mundo real en un escenario jerárquico, autoritario e inflexible. Los gestos, actitudes y comportamientos que imperaban allí se viralizaron y siguen muy marcados en los varones de cierta edad, mientras que los jóvenes han ido relajando el rictus marcial de la generación de sus padres.

«La mili era un rito de paso en cuanto que enseñaba a obedecer órdenes y pretendía ser un aprendizaje de como ser hombres adultos. Otra cosa es que no se consiguiese. Sí podía ser un rito el espíritu de los quintos, porque eran grupos de gente que había pasado por lo mismo en los que se fragua una camaradería excluyente, de gente uniformada que tiene un enemigo y no duda en usar la violencia. De todo esto alguna cosa queda, yo lo sigo viendo en algunas peñas de amigos», considera Compairé. Son características observables en muchos grupos de varones.

El juego de someter para no ser sometido alcanzó el absurdo durante las novatadas a los que entraban nuevos a hacer el servicio y se acabó, al menos en este campo. La ruptura de la insumisión avanza y ahora llega a otros ámbitos, por el bien de mujeres y hombres.