Sábado por la noche. 22 horas. En el centro de cualquier pueblo o ciudad de la provincia. ¿Se imaginan que esté poco iluminado? No, la luz de las farolas es un elemento común en calles y avenidas. ¿Pero qué sucede con la contaminación que generan? ¿Cuáles son las ciudades de España qué más impacto producen con su alumbrado?

El astrofísico español Alejandro Sánchez de Miguel, investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido), con la participación de Rebeca Benayas Polo, de la empresa GEASig, para SaveStars Consulting SL, ha elaborado el Ranking de la contaminación lumínica en España, un ambicioso trabajo de investigación en el que analiza la situación en 2.000 municipios.

El análisis es concluyente: España tiene que hacer frente a un «enorme problema ambiental». Bilbao, L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona) y Baracaldo (Vizcaya) ocupan el podio de las localidades españolas que más contaminan con su luz.

Para encontrar a una localidad de la Región de Murcia hay que irse hasta el puesto número 31: Torre Pacheco, población a la que le siguen Fortuna y San Javier en el 38 y 80, respectivamente. Para dar con la capital murciana hay que irse al puesto 819 de la lista de los 2.000 municipios. Allá por 2015, el Consistorio capitalino anunciaba que había hecho un mapa lumínico destinado a medir la producción energética de la ciudad y las pedanías. El trabajo analizaba, al igual que el estudio presentado ahora a nivel nacional, variables relacionadas con la contaminación lumínica como la cantidad de farolas por kilómetro cuadrado, la potencia emitida por cada luminaria, el número de puntos de luz, la potencia total y la emitida por persona. El Ayuntamiento se ponía entonces manos a la obra, anunciaba. Resultado: la contaminación lumínica de la principal ciudad de la Región es mucho más inferior a la de localidades como Archena (puesto 98 de la lista), Los Alcázares (puesto 121) o Puerto Lumbreras (puesto 143).

La segunda ciudad de la Región, Cartagena, queda en el puesto 248 del Ranking de la contaminación lumínica en España. Hace unos años, los profesores de Astronomía de la Universidad de Mayores de Cartagena, dependiente de la UPCT, Juan Ortega y Juan Pedro Gómez, grababan un vídeo con el fin de sensibilizar a la población sobre el exceso de luz artificial en la ciudad y defender así la sostenibilidad del medio ambiente. Desde el Ayuntamiento negaron entonces que la ciudad portuaria tuviese problema alguno de contaminación lumínica.

El responsable del exhaustivo informe nacional, que en la comunidad murciana ha examinado a 38 municipios, la mitad de los que hay, asegura que se estaba dando «demasiada tralla a las grandes capitales cuando el problema se extiende a poblaciones pequeñas, con menos habitantes, pero que también contaminan».

La contaminación lumínica consiste en la emisión hacia la atmósfera de luz procedente de fuentes artificiales. Esta emisión se produce de forma directa, como ocurre en farolas orientadas hacía arriba, por ejemplo, las de tipo globo o incorrectamente apantalladas. Esa luz es dispersada en la atmósfera, lo que produce esa luminosidad de fondo en las zonas urbanas e interurbanas. «Este fenómeno se agrava con la presencia de partículas procedentes de la contaminación atmosférica. Es fácilmente visible a kilómetros de distancia el halo alrededor de las zonas urbanas y las vías interurbanas», afirma el catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Alicante, Guillermo Bernabéu.

El astrofísico de la UA aporta las claves para combatir la contaminación lumínica: «Supone tomar medidas que, además de proteger el cielo nocturno, constituyen un ahorro energético». Por ejemplo, la sustitución de luminarias tipo globo, con apantallamientos mal diseñados que emiten hacia el cielo, por otras que realmente iluminen el espacio necesario, hacia abajo, hacia el escenario por el que discurre la vida urbana. Otras actuaciones pasan por evitar la iluminación innecesaria de edificios y sustituir las luminarias de mercurio por las de sodio o, todavía mejor, por tecnologías LED más eficientes.

Para evitar el derroche

«En ningún caso se propone una iluminación que afecte a la seguridad de las personas, todo lo contrario, la iluminación debe ser suficiente para el espacio por el que discurren las personas. El objetivo es evitar el derroche que se puede contemplar en las ciudades y vías urbanas», sostiene Bernabéu. Indirectamente, demasiada iluminación causa un excesivo consumo de energía con el consiguiente coste económico y contribuye al cambio climático, ya que la energía proviene en una parte importante, de centrales que aumentan las emisiones de CO2.

Desde el punto de vista cultural se pierde la oportunidad de contemplar el cielo nocturno, algo consustancial con el ser humano desde sus orígenes. Y es que, como recuerda el astrofísico de la UA, parafraseando a la UNESCO, «las personas de las generaciones futuras tienen derecho a una Tierra indemne y no contaminada, incluyendo el derecho a un cielo puro». Hablando de cielo puro: la NASA dijo hace unos años que el cielo de Moratalla es de los mejores para ver las estrellas.

Luminarias: Los tonos azules y blancos, los que más 'ensucian'

El principal parámetro para determinar si una luminaria es más o menos contaminante es su temperatura y el color, siendo los tonos de azul o blanco, los que más contaminación lumínica producen, indican expertos en el sector. La tecnología LED ha revolucionado el ámbito de la iluminación, pero, a pesar de que estas luces «nos han permitido ahorrar en cuanto a consumo energético», la luz blanca que las caracteriza es la más contaminante, pues contiene una gran cantidad de ondas azules que se expanden más fácilmente por la atmósfera, concreta la física y astrónoma Susana Malón.

«Con estas LED se está introduciendo un tipo de luz que no ha existido nunca en la naturaleza, y por tanto, perjudican no sólo al medio ambiente, sino también a la salud de las personas», subraya al respecto Malón. Muchos ayuntamientos de la Región se han puesto las pilas y ya emplean luces poco contaminantes en sus luminarias públicas, en un panorama en el que cada vez más jóvenes claman: hay que proteger el planeta.