¿Cómo se explica que el consumo de cannabis, alcohol y otras drogas sea una realidad tan latente entre los jóvenes?

La baja percepción de riesgo, la pertenencia al grupo de iguales, la escala de valores más materialista, la búsqueda de «diversión y placer» y el sentirse mayores, imitando a los adultos, hacen que esta realidad no disminuya y persista con el paso de los años.

¿Qué cuota de responsabilidad tienen las familias, en particular, y la sociedad, en general, en esta situación tan preocupante?

La familia, en muchos casos, es el primer punto de consumo de drogas legales, o si no, sí al menos muy permisiva; no hay una preocupación si un día hay un consumo, a la sociedad les preocupa más el ruido del botellón que la salud de los jóvenes. Si hay que buscar responsables, todos tenemos nuestra cuota de participación.

Junto a estas adicciones han ganado terreno los juegos de azar. ¿Por qué emerge con tanta fuerza esta nueva tendencia, sobre todo entre la juventud, y qué consecuencias considera que puede tener en el futuro?

Es una forma más fácil, cómoda e íntima de pasar el tiempo, de conocer a gente sin conocerla realmente, de jugar en red, de apostar si es necesario, sin la conciencia de lo que se pierde. Con ganchos, como quien lo anuncia o que te ofrecen de entrada. Bueno, ni hecho a propósito, o acaso sí. Lo virtual tiende a despersonalizarnos.

¿Qué mensaje le gustaría transmitir a los jóvenes que le escucharán en las ponencias que ofrecerá en Murcia y Molina de Segura el próximo 1 de febrero?

Pues que el uso de ciertas sustancias, o de ciertas conductas, que poco a poco te apartan de la propia realidad, te aislan y te alinean con la falacia, al final lo único que consiguen es quitarte libertad, y que lo queramos o no el cerebro está desarrollándose hasta los 21 años y todo lo que pueda dañarle antes de esa edad, dejará una huella que no siempre se puede recuperar. Que cada cual piense qué quiere que sea su vida y que actue con coherencia.