Como argumentos a favor de la legalización del cannabis, solemos escuchar que se trata de una droga relativamente inocua, menos incluso que el tabaco y el alcohol; que no genera gran dependencia; que tiene efectos medicinales; que con ello desaparecería el mercado negro; que disminuiría la violencia, etc.

Sin embargo, es incuestionable que el consumo de esta droga está relacionado con patologías físicas y psíquicas; que aunque el desarrollo de una dependencia es relativamente bajo, también es una puerta de entrada para el consumo de otras drogas; que el tráfico de cannabis es sólo una pequeña parte del negocio del crimen organizado y que junto a ello estos grupos suelen tener sus negocios diversificados (tráfico de armas, blanqueo, prostitución€); y que la violencia no es sólo un problema de drogas, sino de falta de crecimiento económico y desigualdad social.

Lo que es evidente es que en nuestro país la política prohibicionista ha fracasado y que hoy día cualquiera puede seguir adquiriendo esta droga a la vuelta de la esquina, aún siendo menor de edad y sin ningún conocimiento de lo que va a consumir, pese a que ello pueda generarle posteriormente un deterioro cognitivo, un trastorno psicótico, una patología respiratoria o ser la causa de un grave accidente de tráfico.

Partiendo de la base de que el cannabis ha estado, estará y seguirá estando en nuestra sociedad, creo que deberíamos encaminarnos ya hacia una posición más racional y acorde con los tiempos, que sea de regularización pero controlada, más que de legalización radical, donde se busque la descriminalización del consumidor a nivel social y a la vez se trate de disminuir el consumo de una sustancia que indiscutiblemente es dañina para la salud.

Debemos avanzar hacia políticas que consigan un consumo más responsable y con las que se reduzcan daños. Sería interesante, por ejemplo, que a la vez que se tolere de forma controlada la venta de esta sustancia, como por ejemplo sucede en Holanda o Australia, los jóvenes reciban en los propios centros escolares información sobre los efectos secundarios que produce, lo que creo incidiría en una disminución del consumo; o desarrollar programas adecuados y eficientes de salud, tanto en la prevención como en el tratamiento de los pacientes afectados.

Y dicho sea todo ello sin olvidar que, en cualquier caso, este es un problema a nivel mundial, y, por ende, para su correcto abordaje y solución debería estar implicada toda la comunidad internacional.