La mujer maltratada no es la única víctima de la violencia de género. También lo son los hijos. Son niños y adolescentes que sufren problemas -como la falta de autoestima o la dificultad para desenvolverse en las relaciones sociales- causados por su exposición a la violencia en el entorno más directo. Pero no sólo soportan esas carencias: también padecen trastornos psicológicos graves. Necesitan una ayuda sanitaria. Así lo ha detectado la Asociación para la Salud Mental Infanto-Juvenil Quiero Crecer, una entidad que durante una década ha atendido a unos 1.500 jóvenes que viven situaciones de maltrato en la Región de Murcia. Desde 2009, concretamente, 1.137 menores han sido tratados en el programa de Atención Psicológica a los Hijos e Hijas de la Violencia de Género,financiado por la Consejería de Familia. Esta cifra asciende a 1.200 con los casos de violencia intrafamiliar.

El número de trastornos psicológicos observado en los hijos de las víctimas del machismo «es alto y significativo», como así revelaba ayer la presidenta de la Asociación Quiero Crecer, Concha López Soler, cuyo grupo de trabajo ha investigado las condiciones de salud mental de los menores inmersos en ambientes de violencia intrafamiliar. «Presentan trastornos graves, como son el estrés postraumático, trastornos depresivos graves y el trauma complejo, que es un tipo de reacción postraumática que desconfigura la capacidad del niño de poder funcionar de una manera autónoma», exponía Concha López.

«Estos menores necesitan una atención sanitaria», explicaba la presidenta de Quiero Crecer, quien hacía balance del décimo aniversario de la asociación acompañada por la directora general de Mujer e Igualdad de Oportunidades, Alicia Barquero. Los profesionales de Quiero Crecer, formados por una docena de psicólogos e investigadores, trabajan en colaboración con los CAVI (Centros de Atención Especializada para Mujeres Víctimas de la Violencia de Género). Tratan con niños desde los 0 hasta los 18 años con una cobertura de quince municipios de la Región. Mediante un tratamiento de unos seis u ocho meses de media -que se puede alargar a un año en casos críticos- aplican terapias -«demostradas por estudios científicos», apostilla Concha López- para ayudar a los jóvenes y que puedan mejorar «su autoestima, sus habilidades sociales, su autorregulación y su capacidad para resolver problemas».

La violencia no afecta de la misma manera a todos los jóvenes. Las situaciones dependen de distintas variables, como la edad de los menores, pero hay un denominador común: su rendimiento y sus relaciones con el resto «son complicadas», indicaba López, quien mencionaba que «vivir en una cápsula de violencia les impide tener una estabilidad emocional y familiar», pues aunque no vivan con el maltratador «siguen bajo su influencia». Por eso, añadía, «intentamos coordinarnos con los centros escolares y estamos en contacto con agentes sociales y los Juzgados».

Su labor es clave en los niños. «Muchas víctimas consideran que son culpables de lo que está ocurriendo; trabajamos para que puedan ser más dueños de sus decisiones». Además de ayudar a los hijos de las víctimas, este grupo ha llevado a cabo el «pionero» programa de equinoterapia en infancia maltratada -que atiende a 79 niños desde 2015- y el servicio de atención psicológica en infancia y adolescencia -267 jóvenes tratados-.