E mpezó publicando pequeñas pildoritas en Facebook y ha acabado recopilándolas en un libro que lleva por título El contador de historias. Lo ha editado con Amazon. Tal y como explica Fernando Abad a LA OPINIÓN, y recoge en el prólogo del volumen, «siempre fui un tío muy inquieto, me llamaba la atención lo que me rodea».

«En tercero de BUP una profesora de Griego tomó por costumbre el leernos alguna historia sobre la mitología griega al final de cada clase. Aquello me enganchó de tal manera que empecé a memorizar aquellas historias y descubrí que muchas de ellas daban pie al origen de algunas de las frases o palabras que usamos hoy en día», explica el autor, que destaca que «siempre he ido buscando el origen de las palabras que me llaman la atención».

Además «hace unos años empecé a estudiar temas relacionados con las personas, estudié Neurocoaching y así empecé a dar conferencias por toda España sobre la gestión de personas, las emociones, el liderazgo, la inteligencia emocional», comenta. Quiso unir ambos conceptos, «aportar algo mío, personal, hilar la historia con una reflexión a nivel personal, y así nace El contador de historias», señala.

Una iniciativa que nace en la red social. «Un día me di cuenta de que encantó a todo el mundo. Empezó a escribirme gente por privado», explica Fernando Abad, que apuesta por «hacer pensar un poco a la gente» en los tiempos que corren.

«Sólo tengo Facebook, no tengo Twitter ni Instagram, y yo mismo he sido de los que ponía tonterías (en las redes), hasta que me di cuenta de lo ridículo que parecía», apunta, al tiempo que admite que «las redes sociales me han llevado a publicar el libro».

Relata el autor que «la experiencia con Amazon es espectacular», que los ejemplares tienen «la misma calidad que cualquier libro que compras en librerías» y que, a través de Internet, «veo cuántos libros se han vendido cada día». La Red es la gran biblioteca virtual que permite el contacto directo con sus lectores.

Sobre la sociedad actual, Abad cree que «nos falta hablar más». En este sentido, recuerda aquella frase que reza que «los móviles acercan a las personas que están lejos y alejan a las personas que están cerca».

Además, el escritor sostiene que «todas las respuestas las tenemos nosotros mismos», por lo que insta a las personas «a que hablen, sobre todo con ellas mismas», puesto que «es muy importante tener tiempo para uno mismo».

Abad lamenta que «a veces, sin darnos cuenta, parece que estamos mendigando cariño a gente que pasa de ti». También, y eso afirma que lo ha descubierto con su Facebook, «a veces te das cuenta de que la gente está un poco sola y de que hay quien necesita a alguien que le dé un pequeño empujoncillo».

«Siempre he pensado que si alguien te lo pide debes intentar cumplir, pero, si te lo piden demasiadas personas, debes hacerlo», subraya en el prólogo del libro.

Tres pequeñas historias

«Al igual que ocurre ahora, en la Edad Media había muchas personas que pedían limosna para poder sobrevivir. Los pedigüeños solían suplicar dinero en la calle postrados en una esquina por donde pasaba mucha gente. Cuando pedían algo de caridad a los que pasaban siempre terminaban diciendo... «por Dios», era algo así como... ¿me da una limosna, por Dios? El caso es que estos mendigos realmente vivían de eso, de pedir limosna, y para la población eran considerados auténticos profesionales, así que para definir lo que hacían añadieron el sufijo -ero a la coletilla que decían; así, igual que existían los taberneros, alfareros, herreros, nacieron los 'pordioseros'. A veces nos sorprendemos mendigando algo de cariño a determinadas personas, como si les necesitáramos. A veces se nos olvida que somos seres únicos y auténticos y que en nuestro camino solo van a acompañarnos unos pocos. «A veces mendigamos amistad, cariño, besos, a personas que, como un acto de caridad... nos lo dan. No pidas lo que te mereces, deja que te quieran, que te besen, que te abracen, solo aquellos que lo hacen desde el corazón, si tienes que pedirlo... no es auténtico». Es lo que cuenta Abad en su libro para hablar del origen de la palabra 'pordiosero'.

«Cuenta la historia que los Reyes Católicos decidieron crear la Santa Hermandad. Se trataba de unas cuadrillas que tenían por misión el detener y encarcelar a aquellas personas que hacían el mal. El problema es que, en aquella época, lo de hacer el mal estaba al orden del día, ya que había mucha miseria y la gente se veía muchas veces obligada a delinquir. Entre que los ciudadanos daban el aviso, muchas veces a viva voz, y los de la Santa Hermandad llegaban al lugar casi siempre con retraso porque tardaban en enterarse, o venían de atender otro delito, la gente empezó a quejarse de que siempre llegaban a deshoras al lugar. Como los de la Santa Hermandad vestían con una casaca cuyas mangas eran de color verde, empezó a decirse aquello de...'a buenas horas, mangas verdes'. «A veces nos ocurre esto en la vida, vamos dejando las cosas para después, nos cuesta entrar en acción, y cuando decidimos ponernos en marcha, en muchas ocasiones, ya hemos llegado tarde, a esto le llamamos procrastinar. Identifica qué puedes aparcar, genera prioridades, y actúa con esas cosas importantes que no deben esperar más».

«Se llamaba Francisco Picio y vivió allá por el siglo XIX en un pueblo de Granada. Él jamás pensó que iba a pasar a la historia, pero pasó. Fue condenado a muerte en uno de esos juicios injustos donde lo que se busca es una cabeza de turco. Aquello le sumió en una gran tristeza hasta el día de su ejecución. Pero ese día todo cambió. Francisco estaba ya en la capilla confesando que no había hecho nada, cuando de repente llegó el indulto que le salvaba de una muerte segura. El pobre se quedó tan impresionado que los siguientes meses empezó a perder el pelo, incluso el de las cejas y pestañas, y la cara se le llenó de abultados granos. Aquello le desfiguró el rostro, así que salía a la calle tapándose con un pañuelo la cara. Era tan horrible su aspecto que todos empezaron a decir 'eres más feo que Picio', y así hasta ahora. «Si te enamoras de la belleza exterior, estás condenado a sufrir, pero si te enamoras del alma tu amor será eterno. La edad, o una desgracia, pueden terminar con tu belleza exterior, con esa capa que recubre lo más importante. Los menos agraciados también sonríen, también sienten, también quieren. Si vives por el físico... morirás huérfano de alma».