Chema Gil, codirector y analista del International Security Observatory, explica que a quienes ingresan en prisión por un delito relacionado con el yihadismo «se les aplica, nada más entrar, una valoración y, dependiendo de su peligrosidad, se determina el régimen que se considera oportuno».

El experto recuerda que existe el Fichero F.I.E.S (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), un tipo de control establecido por Instituciones Penitenciarias en los años 90. Se hace «un seguimiento muy meticuloso» de los pasos del recluso.

Durante su estancia en prisión, los yihadistas «tienen derecho a asistencia religiosa de su credo» y sin problema «leen el Corán, que no tiene nada de malo, igual que un cristiano puede leer la Biblia». En cuanto al entretenimiento entre rejas, «la tele la tendrán si pueden pagarla con el peculio (dinero que reciben los presos de familiares autorizados para sus gastos en los economatos)».

Chema Gil destaca que, cuando un radical es capturado y entra en la cárcel, «está en lucha». Y es que «el ir a prisión es para ellos un castigo mucho más duro que la propia muerte», sostiene.

En este sentido, sentencia que «las prisiones son un espacio de radicalización», especialmente porque «los componentes de vulnerabilidad del sujeto» se ven acentuados.

Entre los ‘captados’ entre rejas, asegura el experto, hay personas «que no son musulmanes, que ni siquiera se han leído el Corán», y que «se habrán convertido a la causa de la Yihad, pero no al Islam como hecho religioso», deja claro.

«La conversión religiosa es un proceso muy largo que lleva al sujeto a transformar muchas cosas», resalta Chema Gil, a lo que añade que «un cristiano que en seis meses pasa a cortar cabezas en nombre de Alá, no sufre una conversión religiosa: es una conversión ideológica».

Quienes captan para su causa a estos sujetos vulnerables «les invitan a incorporarse a algo más grande que ellos mismos», que es la Yihad. De esta manera, indica el analista, estas personas abrazan la causa terrorista «como una forma de vincularse a una historia que les va a permitir vengarse de su propia historia personal de fracaso continuo».

A su juicio, estos extremistas «locos no son». En este sentido, recuerda que las personas con sus facultades mentales perturbadas serían inimputables. Los radicales «de locos no tienen nada: son terroristas, punto», sostiene el experto.

«Vienen de un fracaso familiar, social, que les ha llevado a una conducta criminal» hasta acabar entre rejas, destaca Gil. «Estos sujetos (los captadores) les van a ofrecer reconocimiento, identidad y un mensaje atractivo», especifica al respecto. De este modo, insiste, «las prisiones son un espacio ideal para la expansión de la ideología yihadista».

Se da otra circunstancia, apostilla Gil: los yihadistas «no están más amenazados que otros» en la cárcel. Existen algunos delincuentes especialmente aborrecidos por los internos: violadores y asesinos de menores se llevan la palma, «generan un especial rechazo entre la población reclusa». El yihadista «es un preso más. El resto de presos «lo miran, lo observan» y son «los presos de confianza los que detectan primero conductas e informan, por si hay que aplicar las vigilancias que sean necesarias», detalla el analista. «Los procesos de captación son individuales, personales, no hay un tío hablándole a mil personas ni manipulación de las masas. El captador detecta las vulnerabilidades concretas del sujeto», dice.

Fuera de la cárcel sí practican «un terrorismo cuya ideología se expande a través de las tecnologías de la comunicación», comenta Chema Gil, al tiempo que lamenta que los yihadistas «hoy por hoy, sus batallas las ganan». Cree esto porque, por ejemplo, en Occidente «se alteran leyes por el terrorismo», desde más controles en los aeródromos a cambios en el espacio Schengen.