«Nos hemos puesto el listón tan alto que fallar nosotras es fallar todas las mujeres». Así se expresa Montserrat Alameda, una de las 72 mujeres guardias civiles (de alrededor de 2.000 hombres) que trabajan en la V Zona de la Guardia Civil. Tanto Alameda como sus compañeras Gema Muñoz y María Conesa coinciden en que no han vivido machismo en el Cuerpo, y tienen claro que «aquí hay que estar por vocación».

Gema Muñoz lleva 30 años en el Cuerpo y pertenece a la segunda promoción. Al principio «no sabían cómo tratarte», recuerda de sus compañeros varones. «No he tenido problemas con ninguno», asegura, a lo que añade que «he estado en los antidisturbios, yo he tenido enfrente a 300 tíos que formaban a las siete de la mañana, he pasado por delante de ellos y no he tenido problemas con ninguno». «Y, económicamente, cobramos lo mismo», asevera. Muñoz, que actualmente trabaja en la Región, en la intervención de armas, es madrileña y lleva doce años en Murcia. Recuerda que en sus comienzos «había garitas que no tenían ni aire acondicionado ni calefacción», y hacía su trabajo «con falda y tacones, tenía que ponerme papeles de periódico en las medias para resguardarme».

A juicio de María Conesa, agente destinada en Santomera y responsable del área de violencia de género, «si un guardia civil hombre tiene un problema, puede que salga a la luz o no. Si el problema lo tiene una mujer, sale».

«Me han tratado exactamente igual que a un compañero», insiste Conesa, de la promoción número 110, que confiesa, sin embargo, que ella ha «renunciado a lo que me gustaba, que era la Unidad Operativa de Policía Judicial, por tener hijos». Tiene tres, de 5, 3 y 1 año. Matiza que, profesionalmente, «yo he podido hacer todo lo que he querido hacer antes de ser madre». Después, como en cualquier ámbito, «ya tienes que sopesar si antepones el trabajo» a la vida privada, apunta esta guardia civil.

En la misma línea se expresa Gema Muñoz, al decir que, dentro del Instituto Armado, «yo opté por un puesto para llevar la casa y mis hijas», mientras que su esposo, que está en el Grupo Antiterrorista, «ha estado en Bosnia, en Afganistán o en Kosovo, y ahora está en Navarra». Muñoz tienes dos hijas, una de 24 años y otra de 11. «Yo viví la época de ETA. Su padre estaba en Bilbao. Mi hija miraba conmigo debajo del coche y me decía ´mami, ¿qué miramos?´ La pequeña es murciana y estamos encantadas con Murcia», hace hincapié la agente.

Montserrat Alameda, por su parte, trabaja en la Oficina Periférica de Comunicación. «Aunque siempre me ha gustado patrullar y tratar con el ciudadano, lo que más me gusta de mi trabajo de ahora es que ponemos en valor el servicio de todos los compañeros». «Que lo que hacen los compañeros se vea», destaca. Ella también es madre (sus hijos tienen 10 y 7 años respectivamente) y su esposo también pertenece al Cuerpo. Antes de ingresar en la academia, recuerda, «me daba mucha rabia que, por haber nacido mujer, no pudiera cumplir mi sueño». Pero lo cumplió.

Natural de Barcelona, encontró el amor en la academia, aunque ella fue ahí «a ser guardia civil, no a casarme con un guardia civil», tuvo siempre claro esta profesional. Alameda, de la cuarta promoción, apostilla que «muchas mujeres mayores te miran con ternura y te dicen ´ojalá se hubiera podido en mi época, porque yo habría sido una buena guardia civil´».

Las tres agentes apoyan que se dé una mayor visibilidad a las mujeres dentro del Cuerpo, ya que «lo que no se ve no existe».

«Muchas veces te dicen ´no pareces guardia civil´, y yo les contesto que cuando me quito el tricornio y el bigote pierdo mucho», comenta Montserrat Alameda.

El papel de la mujer dentro del Cuerpo también marcó la celebración del acto de la patrona de ayer en Belluga. Desde hace 30 años, las mujeres se han ido incorporando a todas las especialidades, de tal forma que «ya es difícil no encontrar una mujer en cualquier unidad del Cuerpo», apuntó el coronel de la V Zona. El delegado del Gobierno en Murcia, por su parte, dijo que 1988, «constituye un punto de inflexión en la historia de la Guardia Civil con la incorporación de pleno derecho de las mujeres, acontecimiento que revitalizó la institución, dotándola de otra sensibilidad, de un mayor potencial y generando, si cabe, mayor empatía».