Con motivo del cincuenta aniversario de la publicación del Documento de Medellín por parte del Consejo Episcopal Latinomericano (CELAM) hemos asistido más de 200 personas provenientes de 18 países de todos los rincones de mundo a conmemorar ese momento tan importante, donde la Iglesia Católica dio un paso importante en la Defensa de los Derechos en confrontación con las dictaduras que asolaban este hermoso continente. Ni que decir que este acontecimiento se celebró en Medellín (Colombia), donde se ha analizado la realidad social, desde los valores de la justicia social, la libertad y la paz, en este periodo comprendido entre 1968 y 2018.

Ha habido un punto de partida que hemos coincidido todos: El agravamiento de la pobreza y las desigualdades sociales, además de la brutal represión de los líderes sociales y periodistas que están siendo asesinados por paramilitares al servicio de los estados corrompidos por el narcotráfico y al servicio de las multinacionales, sobre todo, en Colombia, Guatemala, Honduras y México.

Europa solo habla de Venezuela y además con informaciones sesgadas y manipuladas. Allí no se entendía que Venezuela fuera noticia, reconociendo sus graves problemas sociales y económicos, sin obviar que se encuentra bloqueada comercialmente por Estados Unidos y Europa, cuando por ejemplo en Colombia han asesinado a más de 300 líderes sociales. Las democracias están en peligro por el imperialismo norteamericano que está utilizando los «golpes de estados judiciales» para derrocar a dirigentes que no son sumisos a sus intereses tanto políticos y económicos. Estados Unidos tiene un nuevo enemigo comercial y no es otro que China, sus grandes multinacionales, que han entrado en toda Latinoamérica.

En los diálogos y debates hemos visto que los problemas sociales y ecológicos se han agravado considerablemente, señalando el femicidio, que, por ejemplo, en México asesina a una media de 7 mujeres al día. Se siguen desplazando a campesinos, indígenas y afrodescendientes de sus tierras con una gran violencia por parte de la policía, el ejército y los paramilitares al servicio de las grandes empresas, donde se destacaba las empresas mineras canadienses, constituyen el 75% de las empresas mineras extranjeras en estos países, que están destruyendo todo el ecosistema.

Se habló de la situación en Nicaragua, donde se criticó al clan familiar Ortega, actual presidente, que controla muchos bienes traicionando el proyecto sandinista, de Argentina que se encuentra totalmente hundida y nos llegó la noticia de que su presidente Macri había afirmado que no paga su deuda con Venezuela por presiones de los Estados Unidos y de la Unión Europea; de Chile con graves problemas económicos, donde el estado no paga lo establecido a sus jubilados y nos ponían un ejemplo: «Tienes una pensión de 1000 euros y el estado solo te abona 300, el resto sencillamente no te lo paga y no pasa nada».

También salió la actitud de la Iglesia Católica durante estos cincuentas años transcurridos, donde se afirmaba, con un dolor tremendo, la gran complicidad de la jerarquía católica posterior a la aprobación de este documento con los represores, llamando a los cristianos que luchaban desde el evangelio y tenían muy presente el Documento de Medellín de comunistas. Recordamos a los mártires que dieron su vida para que «la propia historia avanzara».

Pero no sólo era complicidad, también era intervención directa; quedé impresionado cuando se hablaba que había un grupo paramilitar denominado ´Los 12 discípulos´, comandado por un sacerdote. Convergen las dos iglesias: la iglesia que persigue, que es cómplice de la represión, de la muerte, de los desaparecidos; y la iglesia que es reprimida y asesinada. Estuvo muy presente la figura de Monseñor Romero, junto a otros y otras.

No sólo conocimos estas realidades en los debates y diálogos, sino conocimos la pobreza de lo que allí se llama comunas, que nosotros denominamos barrios. Por la noche era frecuente oír disparos de pistolas y de ráfagas, de la inseguridad por la violencia política y callejera. Llamaba la atención que el alcalde de Medellín había sufrido 3 atentados por intentar llevar la cultura y la educación a las comunas más conflictivas como alternativa al narcotráfico.

Quiero destacar que después de este encuentro una comisión formada por 12 personas fuimos a conocer cómo está el proceso de paz en Colombia en Llano Grande (Dabeida) y San José del León en Mutatá. Un encuentro con campesinos y exguerrilleros de las FARC que han firmado dicho acuerdo de paz. Estos exguerrilleros de las FARC afirman que ellos cogieron las armas porque los estaban persiguiendo y matando, una contraviolencia, y que querían una sociedad más justa y humana.

Decían que no se habían rendido ni habían traicionado nada, que habían callado a las armas y que le habían dado una oportunidad a la palabra. Ellos mismos reconocían que el acuerdo no se está cumpliendo y que habían asesinado a unos 90 exguerrilleros, pero, que a pesar de eso, seguían dando una oportunidad a la palabra.

Afirmaban que una paz sin salud, con hambre, no es paz, que los niños mueren en las puertas de urgencias en los brazos de sus madres porque no les atienden por ser pobres. Nos decían que se entendían mejor con los militares que con los políticos, que antes nos matábamos sin conocernos, pero ahora nos conocemos y confían en que el proceso vaya hacia adelante y no se rompa, porque sería volver a las armas y son conscientes que muchos políticos y medios de comunicación están contribuyendo a la violencia y a la guerra. Decía un exguerrillero algo que nos impresionó: «Siento más alegría dando la mano a un militar que matándolo».

¿Hay motivo para la esperanza? Sí, porque hay mucha gente, de movimientos sociales, de iglesias y de artistas que siguen construyendo una sociedad en paz, en libertad y en justicia y la muerte no es ningún impedimento, porque morir por el pueblo es vivir, dando una nueva vida y un nuevo sentido a la historia.