Desde el año 2000, el primero del que hay estadísticas, Instituciones Penitenciarias se ha incautado de 17.140 móviles a reclusos en toda España. En 2017 fueron 1.383. Casi cuatro al día.

Esta situación no es ajena en la Región. En las prisiones de Campos del Río y de Sangonera es habitual encontrar estos aparatos prohibidos. A los reclusos no se les permite tenerlos. Sin embargo, para ellos contar con un móvil supone una valiosa puerta de contacto con el exterior. Así que el tráfico de móviles, aunque se trate de los teléfonos más rudimentarios del mercado, se ha convertido en un auténtico problema de seguridad dentro de las prisiones: es el origen de peleas y extorsiones.

¿Y cómo consiguen los presos estos terminales? O se los llevan o los meten ellos en la cárcel cuando regresan de permiso, explican funcionarios de prisiones de la Región. En el primer caso (se los llevan), los responsables son sus propios parientes, que aprovechan una visita a solas (un vis a vis) para hacerles entrega de tan preciado objeto.

En el caso de las personas que salen de permiso y han de regresar a seguir cumpliendo su condena, se las ingenian para esconder el teléfono en una de sus cavidades corporales (generalmente, en el recto). Y es que se trata de terminales especialmente pequeños. Muy pequeños. No son teléfonos de última tecnología. Con ellos se puede llamar o mandar un SMS. Algo que, para alguien privado de libertad, supone mucho.

Cuando en Campos del Río o en Sangonera se encuentra un móvil (habitualmente, en un registro de celdas), los funcionarios de prisiones no destruyen los aparatos: los van guardando en un armario, para devolvérselos a los reclusos cuando estos terminen la condena y salgan en libertad, aseguraron estos empleados. En la provincia se han decomisado cientos, y muchos esperan a sus dueños, que siguen internados.

En la vecina Francia, el Gobierno de Emmanuel Macron anunció hace poco que se planteaba poner teléfonos fijos en las celdas para que los reclusos pudieran realizar en cualquier momento llamadas a una serie de números prefijados por la Administración y la Justicia. La idea: fomentar los vínculos familiares y, finalmente, la reinserción social.

No obstante, en las cárceles de la Región el mayor problema no es encontrar un móvil: es hallar un pincho. «Ellos (los presos) tienen mucho tiempo por delante, y mucho tiempo para pensar», afirman los funcionarios de prisiones. Ahí entra en juego «la picaresca».

«Los pinchos carcelarios son para defenderse y para amedrentar», explican las fuentes. Pueden llegar a ser armas mortales, que se fabrican «con un cepillo de dientes o un hueso de pollo», aseguran. «Los reclusos tienen mucha imaginación», sentencian.

Aislamiento como castigo

Estos castigos van desde la prohibición de salir al patio durante un mes al ingreso temporal en una celda de aislamiento.

Asimismo, al preso que le pillen con un teléfono puede que se le acaben los permisos. «Depende de su actitud y del recluso que sea», matizan desde sindicatos de funcionarios de prisiones de la Región.

Muchas veces, si a un interno le pillan con un móvil, alega que «se lo estaba guardando a otro». Es un intento de quitarse la culpa y de que el castigo no sea para él.