Miembros de la Asociación Amigos de Ritsona hemos estado en diversos campos de refugiados en Grecia, donde hemos compartido un trozo de vida con familias que han llegado huyendo de la guerra, de una guerra muy cruel y despiadada, la única regla es matar y, si es posible, antes de matar, torturar, violar en presencia de los familiares. Nos comentaron cómo se obligaba a niños a presenciar la violación de sus madres y hermanas, para posteriormente degollarlas. Huyen de las bombas, de los cañones, de los fusiles y de los cuchillos, huyen del hambre, de la sed, de las heridas y la única manera que tienen, si no hay atención médica que es frecuente esta situación, para que dejen de sufrir es adelantar la muerte, nos siguen comentando que cuando un niño está herido y está gritando de dolor y no hay posibilidades de atención, el padre y la madre buscan a alguien que le pongan un cojín y lo asfixie y así que dejé de sufrir. ¡Tremendo! Ante todo esto, ¿podemos seguir mirando hacia otro lado y seguir construyendo barreras de inhumanidad y de rechazo? ¿Tanto nos hemos embrutecido?

Hemos visitado varios campos de refugiados, el campo de Moria en la Isla de Lesbos, Malakasa, Ritsona y Atenas ¿Qué hemos visto? ¿Qué hemos sentido? Hemos seguido experimentando la acogida, la hospitalidad, la confianza y el cariño de gente que lo ha perdido todo, absolutamente todo, incluida su vida cotidiana, han perdido el futuro, aunque aún mantiene la esperanza porque tienen hijos e hijas y siguen peleando por los que ellos mismos dicen: «Solo queremos recuperar una vida normal, no pedimos otra cosa, nos gustaría encontrar paz, seguridad y educación». Su familia es su esperanza. Cuando te ven, te invitan a entrar en su tienda o en su Isobox (contenedor metálico) y te dicen la palabra «welcome» (bienvenido), te invitan a un café o a un té y si es próxima la hora de la comida te invitan a comer, son pobres, pero siguen manteniendo su dignidad.

Nosotros nos sentimos mal, porque parece que les quitas comida, pero ellos comparten desde su pobreza, te sientan en su mesa, en este caso en el suelo y sin calzado, te ofrecen lo poco que tienen, pero te dan lo mucho que llevan en su corazón, te muestran su ternura, su bondad, su preocupación, abren su alma y sacan sus historias, esas historias que te encogen y sobrecogen y llegas a entenderlos perfectamente y, en muchas ocasiones no puedes contener alguna lágrima, a pesar que sabes que no debes hacerlo, debes llorar en otro lugar.

Los campos de refugiados siguen siendo campos de concentración, se concentran cientos de personas en pésimas condiciones, condiciones que con el paso del tiempo les deteriora profundamente. En ese sentido, nos decía un refugiado: «Si nos tratan como animales ¿cómo quieren que reaccionemos?». Impresiona el Campo de Refugiados de Moria porque es una campo totalmente vallado y lleno de alambradas y concertinas, un campo hecho para 2.000 personas, pero que en la actualidad se hacinan unas 8.000 personas sin ningún tipo de sombras. Fuera de este campo y al lado ha surgido otro campo de unas 1.000 personas, prácticamente desatendido. El campo de Moria se caracteriza, como otros tantos, por falta de una comida decente, nos decían que de vez en cuando aparecen gusanos en la comida y que en infinidad de ocasiones el olor que despide es nauseabundo, falta de atención médica, sin escolarización, con pocos baños, todo esto dificultad las relaciones y se generan situaciones de tensión. En este campo «amontonan a las personas», intentando destruir todo cualquier atisbo de humanidad ¿Cómo es posible que Europa responda de esta manera? ¿Qué nos queda de esa Europa de los valores, de los Derechos Humanos? Lamentable y denunciable.

También impresiona Atenas, donde hay miles de refugiados abandonados a su suerte, durmiendo en la calle, compartiendo esa calle con miles de griegos empobrecidos. La situación de los menores no acompañados es terrible, son esos niños que sus padres no pudieron acompañar en el viaje porque no tenían recursos para viajar la familia y confiaron a sus hijos en alguien. La situación de estos menores es terrible y deplorable porque se aprovechan de su pobreza y miseria, cuando llevan tiempo durmiendo en la calle, muertos de hambre y de sed, llenos de suciedad, caen en las garras de los pederastas, que les dan comida y ropa, se asean en sus casas y abusan de ellos. Esta situación, como las otras, han sido denunciadas en varias ocasiones y desde diversas organizaciones y la respuesta es la no respuesta, el silencio del gobierno griego, el silencio de la Unión Europa y la falta de medios de los organismos proveniente de la ONU. Esta falta de medios es intencionada, es decirles a los refugiados: «Venís huyendo de la guerra, pero no os hagáis ilusiones porque aquí os vais a encontrar campos donde os vamos a encerrar, miseria, pobreza y a los que os acojamos es porque nos interesa económicamente, los demás os podéis volver».

Los refugiados se encuentran atrapados entre las bombas y los muros. Las respuestas administrativas a su petición de asilo se eternizan, sin obviar que la Unión Europa sigue violando el Derecho Internacional, ya que dijo que a partir de marzo del 2016 ya no iba a dar asilo a quien viniera, una decisión no escrita, porque es ilegal, pero que se aplica. Se les niegan los corredores humanitarios y se ven obligados a utilizar a las mafias, por cierto, detrás de las mafias hay gente adinerada.

Hay algo que también queremos resaltar y es el hecho de que hay niños entre 4 y 8 años que han intentado suicidarse. Desde Médicos Sin Fronteras dicen que esta realidad les ha desbordado porque no se estudia en ninguna carrera, porque esta situación es nueva ¿qué vivirán estos niños y niñas para intentar quitarse la vida? También hay que resaltar que ya se ven niños inexpresivos, con la mirada perdida, aparentemente sin sentimientos. Ver a niños ante una actuación de payasos y que no expresen nada te conmueve. Le hemos arrebatado la infancia, hemos destruido su alma infantil. A esto le podemos unir que mujeres que les queda poco para dar a luz las citan en el hospital, y si no están para dar a luz les hacen la cesárea y al día siguiente, para el campo de refugiados. Estamos asesinando la vida en el sentido ético, vivir no es solo comer, en este caso en una comida malísima, y respirar, sino tener su propio hogar, una existencia que les permita vivir y convivir con normalidad, con dignidad.

Nos venimos con el corazón roto, porque nosotros nos volvemos a nuestros hogares, a nuestra vida y ellos se quedan allí, encerrados y maltratados. Me llegó al alma cuando le dijimos a un refugiado que nos volvíamos a España y él nos dijo que lo entendía, que no importaba si lo olvidábamos, que solo quería vivir, volver a vivir, no supimos responderle. Nuestro compromiso sigue y continúa desde la sensibilización, la concienciación, la movilización e intentar transformar este mundo, un mundo donde se respete la soberanía de los países, su soberanía alimentaria, donde sus recursos naturales se apoyen en procesos democráticos y donde la justicia y la paz sean sus cimientos. La avaricia, la codicia y la violencia de las multinacionales con las complicidades de muchos gobernantes ¿lo van a permitir? Los refugiados no nos invaden y no son el problema de Europa, las élites económicas y sociales ponen el foco en ellos, cuando el problema es la corrupción económica, financiera y política, cayendo parte de la ciudadanía en esta trampa del odio y la intolerancia.

Termino esta crónica con lo que nos dijo un maestro del Kurdistán sirio: «Yo he dedicado toda mi vida a enseñar valores, conocimientos y respeto y ahora mi familia está sufriendo la falta de respeto a la vida, a nuestra vida». Dentro del diálogo él me dijo que eran musulmanes y yo le dije que era católico y al final con una tristeza impresionante me pidió que rezara por ellos para que sus sueños se cumplieran, le dije que lo haría con mucho gusto, pero que también desde su fe musulmana pidiera por nosotros. Terminamos el diálogo con la expresión «Javivi, my friend» (Te quiero, hermano).