José Ángel Meseguer es un aparejador especializado en la rehabilitación de edificios históricos y monumentos antiguos, que disfrutaba con su trabajo. Entre las obras más emblemáticas en las que ha participado recuerda la restauración de la Catedral de Murcia, en la que trabajó a partir del año 2002. Empezó a formarse en Granada, donde intervino en la recuperación de «La Silla del Moro, encima de la Alhambra», y descubrió su «vena artística». «Había empezado de peón» y llegó a ser «responsable de obra», pero cuando se quedó en paro decidió que tenía que reinventarse. Cuenta que durante un año se dedicó a formarse para aprender nuevos oficios que le permitieran conseguir un nuevo empleo. Realizó algunos cursos en la Federación de Empresarios del Metal (FREMM) sobre control de plagas y también se pagó algunos de su bolsillo. Confiesa que le encantaba «restaurar iglesias y castillos», pero ahora trabaja en una empresa de control de plagas, dedicada entre otras labores, a los controles preventivos de la legionela y a los desatascos.

José Ángel Meseguer, que está a punto de cumplir 50 años, es uno de los 75.000 trabajadores de la construcción que perdieron su trabajo desde que la máquina de la construcción empezó a pararse en el año 2008 y han tenido que reciclarse.

De las 106.400 personas que llegaron a trabajar en el sector antes del pinchazo de la burbuja del ladrillo, a finales del año pasado solo quedaban 31.100, según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), lo que supone que la mayor parte de los albañiles han tenido que reinventarse para buscarse la vida en otras actividades. La prueba es que el paro en el sector es mínimo y resulta inferior incluso al de la agricultura.

Los servicios concentran el mayor número de desempleados, lo que muestra la migración de los albañiles hacia las actividades en las que ven más posibilidades de encontrar empleo.

Meseguer explicaba que muchos compañeros suyos se marcharon a trabajar fuera de España con las empresas de la Región que trataron de mantener la actividad en los países del norte de África o de Sudamérica, pero la emigración tampoco les ha permitido recuperar la estabilidad laboral que habían perdido y sus experiencias han resultado muy penosas.

Él reconoce que es «una persona positiva», que disfrutó enormemente del tiempo que estuvo dedicado a formarse, aunque cuenta que antes de llegar a la empresa en la que trabaja actualmente vivió situaciones muy duras trabajando en la industria de las golosinas contratado a través una empresa de trabajo temporal (ETT). «Bombardeé a todas las empresas con mi currículum», aseguraba, hasta que haciendo un curso sobre eficiencia energética «se me encendió la bombilla. Hice cursos que me costaron un dinero, pero tenía claro que me tenía que formar. Me he movido y he mantenido una actitud positiva. Yo me quedo con todo lo positivo que me está llegando», aunque se lamenta de que ahora tiene un sueldo de 1.000 euros que no le da para llegar a final de mes. Recuerda que en la construcción lo máximo que llegó a ganar fueron 1.600 euros, «con catorce pagas».

Aunque en los últimos meses ha repuntado la actividad en el sector de la construcción y han vuelto a aparecer las grúas en los ensanches de las grandes ciudades de la Región, los datos de la EPA ponen de manifiesto que el mercado de trabajo sigue sin asimilar el ejército de 75.000 personas que han salido del sector y que encuentran grandes dificultades para conseguir un puesto de trabajo que les garantice al menos un sueldo capaz de llegar a final de mes.

A la caída de la edificación se han sumado los recortes de las administraciones en obra pública, que han reducido al mínimo las inversiones en infraestructuras.