No hay persona que conviva con un adolescente y no piense, varias veces al día, que ya no lo controla, que la situación es insostenible y que necesita coger aire. Pero este reportaje no analiza el comportamiento en ciertas edades. Ni en los «terribles» dos años ni en la temida adolescencia. No hablaremos de casos aislados, de un empujón en un momento puntual, de una mala contestación a dos centímetros de la cara por «pelarse» las clases, de un insulto grave, de un portazo tras una bronca o de una rabieta en plena calle. Este reportaje aborda la violencia filio-parental, aquella violencia, física o psíquica, que es reiterada de hijos a padres (o hacia el tutor, la tía, la abuela o quien conviva con el menor). Pegar, golpear, dar patadas, escupir, amenazar con objetos peligrosos o con irse de casa, escaparse, gritar, manipular, extorsionar, robar o vender cosas del hogar que no son propias... Situaciones límite que son diarias. Conflictos que se llevan en silencio. Uno no airea que su hijo le pega, le insulta o le amenaza. Las familias callan. Los pequeños tiranos se sienten fuertes. Una violencia invisible que, sin embargo, va a más.

Solo unos pocos, en un momento determinado, denuncian. Un paso «durísimo». Son la «punta del iceberg» ya que la Fiscalía de Menores estima que solo se denuncian entre el 10 y el 15% de los casos reales. Porque ya lo dice el refrán: «Es más feo que pegarle a un padre». Y cuando eso ocurre, se silencia. Una violencia invisible, callada, a la que no le da la luz.

Los datos que permiten abordar la violencia filio-parental son los que reflejan las memorias de las Fiscalías de Menores en los balances anuales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Y son alarmantes porque van a más. Cada año se producen más de 4.000 denuncias de padres a hijos. Y es una tendencia regular, que se repite cada año. Es decir, que uno de cada diez menores españoles maltrata a sus padres y éstos lo cuentan. Ahora bien, estos datos reflejan un problema que tiene un recurso judicial cuando el menor tiene más de 14 años. Si tiene menos, el juez nada puede decidir. El menor de 14 años es inimputable y los casos se archivan. Los expertos afirman que el recurso judicial debe ser el último paso pero, sin embargo, en muchos casos es el primero tras demasiadas noches sin dormir y días de tinieblas.

En la Región de Murcia, desde el 1 de enero de 2018 hasta la fecha, 96 menores han ejecutado o están ejecutando medidas judiciales por haber cometido delitos (leves o graves) relacionados con la violencia filio-parental, señalan desde la Consejería de Familia. De ellos el 33% son chicas.

En estos momentos 53 menores de edad continúan cumpliendo las medidas que les fueron impuestas, añaden las mismas fuentes.

De los 523 menores condenados en el año 2016 en la Región, a sólo una docena se le privase de libertad de modo tajante, según los datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística (INE). Aún no se han facilitado datos de 2017.

«La convivencia en grupo educativo es la medida más generalizada. Excepcionalmente, se produce internamiento, y libertad vigilada», indican desde el departamento que dirige Violante Tomás.

En la Región, 68 menores participan en el programa de prevención y mediación de la violencia intrafamiliar, añade la Consejería. Este servicio que financia la Comunidad presta ayuda a los padres para atender las necesidades educativas y de relación social con los hijos.

Educadores, psicólogos y trabajadores sociales integran el Equipo Técnico del Juzgado y la Fiscalía de Menores de Murcia. Destacan que «la violencia intrafamiliar ha aumentado muchísimo en los últimos años».

«La violencia filio-parental no se trata de desobedecer, ni de discutir porque el niño o la niña llega tarde o fuma porros... sino de agredir, física o psíquicamente, de forma reiterada al papá, la mamá, la abuela o quien se encargue del menor. Es muy duro y muchas, veces, cuando los padres se deciden a contarlo lo hacen en un juzgado y esa debería ser la última opción porque hay recursos para las familias, pero muchas no los conocen». Es la voz de María José Ridaura, vicepresidenta de la Sociedad española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (Sevifip), una experta que afirma que los padres deben entender «que el crío necesita una intervención, que precisa de ayuda y que existen recursos públicos como los departamentos psicológicos de los colegios.

Y es que Ridaura explica que la mayoría de chicos y chicas que tienen conductas agresivas con sus padres lo hacen «porque consiguen lo que quieren». «Pueden ser unas zapatillas de 150 euros o dinero para salir con los amigos. Otras veces lo que logran es atención, o la sensación gratificante de control sobre el otro, o evitar obligaciones. Ante situaciones graves que se repiten, los padres acaban cediendo porque solo así consiguen un alivio, el menor se sale con la suya y repite la conducta», explica la experta.

Además, asegura que «existen muchas variables pero en el 95% de los casos la violencia familiar se produce por pautas de crianza inadecuadas porque los padres hacemos las cosas con la mejor de las intenciones pero nos equivocamos. Esa es la mala noticia, que son problemas aprendidos. La buena es, sin embargo, que se pueden 'desaprender' para volver a aprenderlo de otra manera. Y es que con 4 años las rabietas son más controlables que con 16».