Este profesor inquieto, que no rehuye el compromiso con la universidad y todos sus colectivos, se declara amante de la naturaleza. Le encantan los animales, tanto que ''mi casa parece un centro de acogida'', porque no duda en quedarse con los que encuentra abandonados. Tiene ''bastante conciencia ecologista'' y le encanta salir a pasear, subir a las montañas y, cuando puede, andar en bici, aunque puntualiza que últimamente la tiene ''muy abandonada''. Está casado y tiene dos hijas ''mayores y ya casi independientes'', que ya han terminado sus estudios y que están buscando su futuro dentro y fuera de España. Con ellas ha recorrido muchas ciudades españolas e incluso extranjeras para asistir a conciertos de grupos de moda, porque la música, dice, es otras de sus pasiones, ''sobre todo la moderna; me gusta estar al día''. El cine es otro de sus hobbies, que suele 'cultivar' tan a menudo como puede.

En estos treinta años en la UMU ¿qué actividades aparte de la docencia ha desarrollado?

He estado en varios puestos, como de vicedecano durante ocho años y coordinador del COIE (Centro de Orientación e Información de Empleo); he sido presidente de la Junta del PDI (profesores docentes e investigadores) y como representante sindical, y una trayectoria en cargos de gestión y docencia muy variada y larga. Ese recorrido es lo que me hace tener la disposición necesaria para este cargo.

¿Qué le llevó a presentarse a Defensor del Universitario?

Siempre he tenido un compromiso muy fuerte con la UMU, y la gente que me conoce sabe que he sido una persona que nunca ha dicho que 'no' a participar en una comisión o asumir algún tipo de participación que fuera necesaria. Por ejemplo, he sido coordinador de dos másteres , y he trabajado en comisiones para elaborar planes de estudios, y en muchos órganos, sin ningún tipo de cargo ni retribución, sólo por participar. Y en este marco, el puesto de Defensor del Universitario me atraía, porque llevo muchos años participando en la resolución de conflictos y mediación y en negociación. Además, tenía muy buena relación con mi antecesor, José Palazón, que me contaba cosas y me consultaba, y el puesto me atraía mucho. Tras el impás de la candidatura al rectorado con José Antonio Gómez, mi vieja aspiración de contribuir a la resolución de conflictos se volvió a activar plenamente.

¿Cuáles son sus principales objetivos para este cargo?

Me doy cuenta de que necesitamos realimentar la ética universitaria y el rigor de la profesionalidad. En estos diez días que he estado con el profesor Palazón en el traspaso de poderes me he dado cuenta de cuántos pequeños conflictos e incidencias tienen que ver con que la gente no cumple estrictamente con lo que debe: que haya buena fe, buena intención a la hora de interpretar las normas universitarias; que no seamos solo burocráticos y legalistas, sino que nos preocupe también hacer justicia y tratar a la gente como se merece. Eso eliminaría muchas de las controversias que se dan en la Universidad. Hay, por tanto, que fomentar la responsabilidad, la ética, el buen hacer, lo humano y volver a recuperar los principios fundacionales de esta institución docente. Humanizar, racionalizar y dignificar el trato y la relación interpersonal.

Una de las 'herencias' que recibe son los casos de devolución de las becas de más de un millar de estudiantes de la UMU por culpa del decreto del exministro popular José Ignacio Wert. ¿Va a mantener la presión desde este cargo para que ese decreto se cambie?

Yo creo que la UMU, y muchos de los que estamos en ella, creemos firmemente que la situación económica de una familia no debe ser un obstáculo para estudiar. Mientras fui coordinador tuve un caso muy sangrante de un estudiante que encabezaba la lista para entrar en un máster y que al final se quedó fuera por un problema de becas, con todo el dolor de la familia, que era muy humilde. La Universidad no puede consentir que se produzcan estos casos, y, de hecho, está haciendo un tremendo esfuerzo para dar a los alumnos con dificultades económicas las máximas facilidades. Y, por supuesto, yo contribuiré a ello. Pero, además, tanto el Estado como la Comunidad Autónoma deben tener políticas más generosas para los buenos estudiantes. Y yo sé lo que es eso, porque empecé con beca en 8º de la antigua EGB. He sido becario hasta que empecé mi segunda carrera, porque ya trabajaba.

Pero los decretos generalizan siempre, son muy fríos.

Efectivamente. En general, hay que tener una política generosa, y luego, en determinadas circunstancias estudiar caso por caso. Por ejemplo, el otro día en la oficina del Defensor llegó el caso de una persona que tenía que devolver la deuda con la universidad, lo que podía hacer gracias a un trabajo que encontró para este verano. Pero en ese tiempo, si perdía la matrícula actual, perdía las asignaturas ya hechas y que podía aprobar. Así había que resolver su situación ahora para que pudiera tener beca en septiembre y hacer efectiva la matrícula. Si se le concede y cumple lo que pacta con la Universidad podrá continuar con sus estudios; si no, se aborta totalmente su carrera universitaria.

Los nuevos estatutos de la UMU, ¿están tardando?

Yo estuve en la Comisión Jurídica de los Estatutos de 2004 y participé en su elaboración. Y también he estado en la Comisión para los actuales. El retraso se debe a que hay muchos detalles y leyes nuevas a implementar. Pero es cierto que los necesitamos ya. Hay una mera cuestión burocrática y legal a subsanar, pero con un poco de voluntad podrían estar terminados en pocos meses. De todas formas, al haber un Claustro nuevo, éste tiene derecho a repasarlos y dar su punto de vista. Son muchos años, y ha habido novedades legislativas muy importantes y realidades nuevas que conviene tener en cuenta.

Usted será el cuarto Defensor del Universitario. La primera, María del Carmen Sánchez-Rojas Fenoll, ocupó el puesto en 1994. ¿Qué diferencias cree que va a haber entre los asuntos a los que ella se enfrentó y los que le van a tocar a usted?

Yo diría que hay cambios tanto de cantidad como de complejidad. La UMU ha crecido mucho en titulaciones, en estudiantes, en personal, en proyección social, en vínculos, en convenios. Y la legislación, como el Plan Bolonia; o las nuevas regulaciones de investigación e incluso las normas de administración, la protección de datos, las nuevas tecnologías... Todo esto ha burocratizado y complicado mucho el funcionamiento de la universidad. Y, en torno a esto, hay muchos recovecos y puntos de fricción donde puede haber desencuentro y tensiones entre los miembros de la comunidad universitaria. Y también han variado los comportamientos, cuyas disfunciones son más sutiles, más finos, y hay que llevar mucho cuidado. Antes la universidad se encontraba una realidad social más normativizada y ahora es más diversa en cuanto a las posturas y las sensibilidades.

¿Por ejemplo?

El otro día me comentaban, casi de broma, si iba a empezar a instruir a los estudiantes en el código de vestir a la hora de presentar trabajos de fin de grado o de máster. Porque te puedes encontrar con casos en los que los alumnos vengan con pantalón corto, que no es profesional. Y eso antes era impensable. O el decir a alguien que no puede utilizar el móvil en medio de una clase o en una conferencia. Hay una relajación de normas de urbanidad y de los que se espera de una persona con formación universitaria. Y eso en principio no debería ser un problema pero lo cierto es que altera la convivencia.

¿Cuántos conflictos hereda?

En el último informe del Defensor se hablaba de 360 incidencias, pero no todos son conflictos. Lo curioso es que cuando comencé el relevo a principios de junio, la cosa estaba tranquila. Pero en esta última semana vamos a cuatro casos diarios, y algunos son quejas, otros peticiones de evaluación y otros conflictos serios que van a necesitar una intervención muy delicada y de mano izquierda para evitar que las relaciones se dañen. En este puesto hay 'picos', como la época de las evaluaciones.

¿Y quiénes reclaman más al Defensor?

Proporcionalmente, es el profesorado el que reclama más su intervención. De las peticiones de los estudiantes la ratio no llega al 1% y en el profesorado supera el 3%.

Usted ha sido coordinador de másteres, y en estos momentos las universidades públicas de la Región están negociando con el Gobierno regional su rebaja general.

Voy a ser sincero, aunque no sea políticamente correcto. Al cambiar de licenciaturas a grados, y obligar a hacer másteres para completar la formación, se encareció la formación hasta duplicarla e incluso triplicarla en ese quinto año. Por ello los másteres no debería ser tan caros, porque, además, ya se han convertido en imprescindibles para el mercado laboral. Se hace conveniente y necesario bajar los precios y, en su defecto, facilitar o bien la manera de pagarlos o incrementar el número de becas. No debemos caer en la lógica de Estados Unidos, por ejemplo, en la que muchos estudiantes tiene una hipoteca con el banco, no por comprar una casa, sino para pagar sus estudios.