Cuando la pequeña Natalia llegó con un año y medio a la casa de Nati Ruiz y Antonio Castrillo sus padres adoptivos no podían estar más ilusionados. La niña tenía bajo peso, pero su madre estaba convencida de que no era nada que no se pudiera arreglar con buena alimentación y mucho cariño. Ahora su hija tiene 17 años y desde hace siete meses está diagnosticada de TEAF (Trastorno del Espectro Alcohólico Fetal) gracias al equipo del doctor Juan Antonio Ortega, responsable de la Unidad de Salud Medioambiental de la Arrixaca. Nati recuerda que su hija tuvo dificultades de aprendizaje desde los 10 años y un primer diagnóstico de TDH (Trastorno de Déficit e Hiperactividad), por lo que le mandaron medicación con la que mejoró levemente.

«Pero comenzaron nuevos trastornos. Discapacidad mental leve, dislexia, discalculia, además de personalidad límite. Los castigos no hacían mella en ella, no sabíamos qué hacer porque incluso empezó a robarnos», cuenta su madre, dinero que daba a compañeros del colegio para que fueran sus amigos, los mismos que le hacía bullying. A la vez que reconoce que «en la familia pasamos una época muy mala, estábamos desesperados».

Hasta que un día, mirando por Internet, encontró el perfil de los niños con Síndrome Alcohólico Fetal y «vi a mi hija reflejada, ya que su madre biológica bebió durante el embarazo y esa fue la causa de que le quitaran la custodia».

Nati Ruiz considera que «muchos de estos niños no serán nunca independientes», por lo que indica que «ante la lentitud de los gobiernos los padres necesitamos que se reconozca este trastorno» y pide que se hagan campañas que alerten de los riesgos de consumir alcohol en el embarazo, que se forme a profesionales para que los traten y se les reconozca la discapacidad. «Estos niños son víctimas y no tienen culpa de los malos hábitos de la sociedad», asegura.

Su hija Natalia tiene reconocida un 38 por ciento de discapacidad y un grado 2 de dependencia, pero su madre critica lo poco preparados que están en el IMAS para atender estos casos, «donde nos llegaron a decir que no pusiéramos etiquetas a nuestra hija y que lo que nosotros queríamos era una 'super nany'».

Secundaria «fue un infierno»

Secundaria «fue un infierno»La etapa escolar la recuerda como «terrible», ya que tuvieron que cambiar a su hija de colegio y «con Secundaria empezó un verdadero infierno». Ahora, su hija, con mucho esfuerzo va a terminar la ESO y quizá inicie un ciclo medio, aunque sus padres se han tenido que encerrar con ella y un profesor de apoyo en la habitación durante semanas y meses para hacer los deberes. «Tardaba una hora y media en memorizar cuatro líneas que se le olvidaban al momento», cuenta Nati, quien reconoce ahora que «es un orgullo» ver dónde ha llegado.