Obrar con sentido común. Es la máxima que se aplica en los calabozos de la Quinta Zona de la Benemérita. Emplazadas en la planta baja de la Comandancia, por estas dependencias pasan (y, en la mayor parte de los casos, pernoctan) los detenidos antes de pasar a disposición judicial. En el centro de detención hay seis celdas. Como máximo, cada una de ellas acogerá a un mismo inquilino el tiempo mínimo imprescindible para su pase a disposición judicial y como máximo 72 horas.

Los responsables de los calabozos explican a LA OPINIÓN que, cuando entra un arrestado, «se le provee de una manta y una toalla de aseo». El lecho es una colchoneta ignífuga (que rechaza la combustión y protege contra el fuego) con un almohadón. Sobre una base de cemento.

La prioridad a la hora de proceder es «que no haya riesgos, ni para el guardia civil ni para el detenido». Aunque, en principio, cada celda es individual, «puede haber alguna excepción». Lo que sí que es común es el baño.

Los huéspedes de las celdas de la Comandancia están sometidos a una videovigilancia constante. A su disposición, un pulsador para comunicarse, a través de un interfono, con los guardias civiles encargados de su custodia.

«La ansiedad es recurrente», apuntan los responsables del calabozo cuando se les pregunta por el estado anímico general de quienes llegan detenidos. Aunque «hay episodios violentos», la tónica general es que «la mayoría de los ingresos son de incidencia baja». «El personal intenta mitigar estas cuestiones», señalan los agentes, lo cual no quita que, en ocasiones, se den «comportamientos incívicos» de «personas que golpean las puertas, o la propia loneta, o intentan destrozar a golpes las cámaras». «O que arrojan la comida sobre las paredes», especifican.

En cuanto a la posibilidad de recibir visitas, «lo normal es que no» se permitan, aunque «no es que esté prohibido». A este respecto, un arrestado «podría recibir visitas» de parientes y allegados que le lleven, por ejemplo, medicación debidamente prescrita por un facultativo.

«Las necesidades básicas están atendidas», indican desde el Instituto Armado. «Si alguien quiere ir al baño, y no se trata de una persona problemática, se le abre la celda para que salga y regrese a la misma donde, una vez vuelve a entrar, un testigo electrónico indica a los agentes que la celda se ha cerrado correctamente. El detenido tiene derecho a tres comidas, «desayuno, comida y cena». El objetivo, «una custodia con garantía», subrayan desde el Cuerpo. El fin último, «ponerlo a disposición de la autoridad judicial».

Dado que para nadie es plato de buen gusto entrar en el calabozo, los agentes intentan que el trago sea, dentro de lo que cabe, lo más llevadero posible. «Ya es cuestión de negociación. Si no hay más gente, a un detenido, en un momento determinado, «se le puede permitir que deambule por la zona común del recinto, fuera la celda y se le da un poquito de conversación», comentan. Y es que «a todos nos interesa que esa persona esté lo más tranquila posible», dado que «no sabemos si se va a demorar una o siete horas su pase a disposición judicial» o incluso días.

«Vamos mediando», señalan responsables de los calabozos, que tienen que ser «un poco psicólogos» para comunicarse con las personas que se ven obligadas a estar bajo custodia. Nunca hay overbooking en los calabozos. Otros cuarteles de la Región de Murcia cuentan con sus propios centros de detención. Si una misma operación se salda con gran cantidad de detenidos, «interesa separarlos», para que no pacten entre ellos extremos que podrían entorpecer la investigación.