«No es ningún bulo, una rumana intentó llevarse a mi sobrina», decía a este periódico, el mes pasado, la tía de una niña de Sangonera. Horas antes, la madre de la pequeña había denunciado que unas personas se habían bajado de una furgoneta, acercado al carricoche en el que paseaba a la menor y, según su testimonio, habían intentado perpetrar un secuestro.

Entonces, los profesionales del Instituto Armado abrieron una investigación para tratar de esclarecer qué había detrás de lo relatado por la señora. La denuncia se enmarcaba en un contexto: toda España seguía, pendiente de un hilo, la desaparición del pequeño Gabriel Cruz, en Almería. De hecho, el cuerpo del niño apareció pocos días después.

«No hay ninguna banda de rumanos secuestrando niños en Murcia», dejan claro desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, que piden que no se extienda «una alarma que puede derivar en psicosis». Fuentes cercanas a estos investigadores explican que esta situación de miedo, agravada por sucesos como, en aquel momento, la desaparición de Gabriel, da lugar a una situación curiosa: los propios denunciantes, en ocasiones, creen estar ante un intento de rapto, cuando no es así. «El pánico hace que toda persona que parezca sospechosa, muchas veces por prejuicios raciales, esté de pronto en el punto de mira de estos padres. Y más aún si ven a alguien que no conocen. O un coche que no es del pueblo», sostienen las fuentes.

De hecho, algunas veces, sospechan los investigadores, estas personas sospechosas que se acercan en la calle a vecinos no tienen intención de secuestrar niños: lo que intentan es el conocido como ´método del abrazo cariñoso´, con el que pretenden robarles lo que lleven encima.