Corría el 14 de abril de 2008. Está a punto de cumplirse una década de aquello y lo acontecido aquella noche en Santomera sigue siendo uno de los crímenes que más impresos han quedado en la retina de los murcianos. Un joven, de nombre Angelo, acababa con la vida de su madre a puñaladas, le cortaba la cabeza y se paseaba con ella en mano por el pueblo.

Los que lo vieron no se han olvidado. Y es que, tras acabar con la vida de su progenitora (Teresa) con un cuchillo, después de que ella se negase a darle dinero, el chico envolvió la cabeza de la mujer en unos trapos y se fue a dar un paseo. Desnudo de cintura para arriba, caminó por Santomera mientras besaba, acariciaba y susurraba a la cabeza, según declaraban los testigos, hasta que fue detenido a la altura de la plaza del Ayuntamiento.

A Angelo lo arrestaron y lo metieron en prisión provisional, aunque luego la Audiencia Provincial de Murcia contempló la eximente completa de enajenación mental. El chico presentaba un trastorno esquizoafectivo, una modalidad de la psicosis que le impide comprender la ilicitud de los hechos cometidos, además de una politoxicomanía patológica. El paciente continúa internado en el centro psiquiátrico penitenciario de Foncalent, en la vecina provincia de Alicante.

Tiempo después de lo sucedido, la hermana de Angelo fue a los tribunales. Lo hizo para pedir responsabilidades al Servicio Murciano de Salud (SMS), pues consideraba que no se había atendido de forma correcta la enfermedad mental del chico. «La muerte de mi madre podía haberse evitado», dijo la mujer.

El Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Murcia resolvió en contra de la familia, al no observar relación de causalidad entre el crimen y las actuaciones por parte del SMS. De hecho, el tribunal no solo rechazó la reclamación, sino que además exigió a la familia el pago de las costas.

La doctora en Antropología de la Universidad de Murcia Fina Antón Hurtado subraya que «una persona esquizofrénica que toma su tratamiento es una persona normal, pero cuando deja de tomarlo está estigmatizada».

Considera que «si se tiene en cuenta que los entornos penitenciarios no son entornos de castigo sino entornos para favorecer la reinserción, el suyo (Foncalent) es el ideal, porque tiene un trastorno diagnóstico psiquiátrico confirmado». «Hay un sustrato cultural entre la enfermedad mental estigmatizada, el entorno de fácil acceso a sustancias estupefacientes y la carencia de autoridad paternal en el entorno familiar» que habrían afectado en este caso, resalta.

Alberto Pintado, doctor en Derecho de la UMU, opina de Angelo que «quizás consideraba que la madre ejercía sobre él un control estricto», aunque la realidad fuera otra. «Esa protección por parte de la madre, que lo hacía por su bien, él considera que lo estaba haciendo por lo contrario: ´Mi madre me está controlando, soy una persona adulta, ella dice que tengo una serie de problemas que no tengo´», destaca. «Hay muchas formas de matar, pero cortarle la cabeza reproduce mucha violencia reprimida», precisa.

«Prevenir este tipo de violencia es difícil, más concretamente cuando la persona tiene un trastorno mental. Ellos no saben discernir lo que es real o no», dice.