La crisis económica se ha llevado por delante muchas cosas que durante generaciones habían formado parte del patrimonio económico y del entramado que rige los hábitos y el comportamiento social. Como después de una guerra, los agujeros causados por el derrumbe del sector inmobiliario y las reglas impuestas por Bruselas para autorizar el rescate bancario han acabado con instituciones vitales en la actividad económica y en la vida de las familias, como eran las cajas de ahorros.

La fusión de BMN con Bankia se ha producido casi de puntillas a principios de año. No ha habido fotografías del evento histórico (en una región que ya había perdido la CAM en 2012 vendida al Sabadell por un euro) ni imágenes para la posteridad que recuerden la trayectoria de la caja murciana.

De lo que había sido la Caja de Ahorros Provincial de Murcia, que durante algo más de medio siglo formó parte del paisaje urbano de los pueblos y barrios de la Región, quedan los rótulos en magenta y negro de BMN -el banco creado en 2010 por Cajamurcia, Caja Granada y Sa Nostra-, que dentro de poco serán sustituidos por los de Bankia. Inicialmente también entró en lo que entonces se llamaba ´fusión fría´ la catalana Caixa Penedés, que poco después fue vendida a otras entidades. Entre todas sumaban un volumen de negocio superior a los 100.000 millones de euros, al que Cajamurcia aportaba en torno al 40%.

La mayor parte de las participaciones de las tres cajas en el capital de BMN acabaron en manos del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), que nacionalizó el banco en diciembre de 2012 y llegó a tener más del 65% de las acciones de la entidad presidida por Carlos Egea. Como principal accionista, el FROB decidió el año pasado que la mejor forma de recuperar el dinero público invertido era la fusión con Bankia, cuyo rescate ha costado más de 22.000 millones de euros.

A finales de 2017 BMN escribió a sus clientes para comunicarles que la fusión se consumaría el 2 de enero y que a partir de entonces ambas entidades «pasarán a ser una sola» con sede en la calle Pintor Sorolla de Valencia.

No era una despedida, pero la carta marca un antes y un después en una relación personal entre Cajamurcia y sus clientes que ha durado décadas y ha estado marcada por acontecimientos biográficos tan importantes como la primera nómina o la primera hipoteca. Pese a los conflictos que las instituciones financieras han tenido en los últimos años con su clientela debido a las polémicas originadas por la venta de las preferentes o las cláusulas suelo, las cajas de ahorros han acompañado a varias generaciones y han formado parte del entramado social y económico de la Región.

Para muchos clientes los directores y los empleados de las oficinas han sido consejeros que les aclararon sus dudas, les asesoraron cuando tuvieron que tomar una decisión importante o simplemente les atendían sin ponerles impedimentos cuando iban a pagar los recibos de la asociación de padres, a ingresar el dinero para la compra del material escolar o a abonar la matrícula del instituto.

Sus vinculaciones con la vida cotidiana están tan arraigadas, que he llegado a encontrarme a la directora de la sucursal de Cajamurcia de mi barrio, una de las desaparecidas con la fusión, en el velatorio de un vecino fallecido.

La antigua Caja de Ahorros de Murcia, creada oficialmente en septiembre de 1964 por la Diputación Provincial, después de haber estado operativa varios años, ha quedado diluida dentro de Bankia con la inscripción de la nueva sociedad en el Registro Mercantil de Valencia. Este banco tiene su origen en la fusión de Caja Madrid y Bancaja, junto con Caja Insular de Canarias, Caja de Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja.

La participación murciana en Bankia, una minucia comparada con los activos que la caja aportó a la fusión en BMN, queda en manos de la Fundación Cajamurcia que, además de ser la propietaria de las acciones que le corresponden, será la encargada de mantener la Obra Social.

BMN fue valorado por el FROB (propietario del 65%) en 825 millones de euros, que debían traducirse en un 6,7% del capital de Bankia.

Carlos Egea, que fue presidente de Cajamurcia y más tarde de BMN, se incorpora al consejo de administración que encabeza José Ignacio Goirigolzarri como consejero ejecutivo.

Aunque BMN tuvo su sede en Madrid, el grueso de los servicios centrales se quedó en el edificio de Cajamurcia en la Gran Vía de Murcia y, en menor medida, en las sedes de Caja Granada y Sa Nostra.

Por eso, la primera disputa que han planteado los sindicatos en la negociación del ERE que Bankia aplicará tras la fusión para prescindir de 2.291 empleados (tras una rebaja de las pretensiones iniciales) ha sido el futuro de los trabajadores de los servicios centrales de la Gran Vía y del centro informático de la avenida Juan Carlos I.

La fusión ha estado precedida además por el cierre de 25 de las 161 oficinas del banco liderado por Cajamurcia a finales de 2017, diez de ellas en la Región, a las que se sumarán otras 25 a partir de ahora.

Cajamurcia, que en 1988 absorbió a la Caja Rural de Murcia e inició su expansión hacia las provincias vecinas, llegó a tener 400 sucursales en su momento de mayor esplendor.

En su carta, BMN asegura que la fusión con Bankia supone la integración «en un proyecto de futuro, que nos consolidará como el cuarto banco de España». El siguiente paso será la privatización de Bankia, que Bruselas quiere ver resuelta lo antes posible.