Mariano González Miguel, de 50 años, tiene la vocación castrense en la sangre. Su padre fue teniente coronel de aviación, ya jubilado, y reconoce que, a los 18 años, se pensó muy seriamente seguir sus pasos e ingresar en el Ejército. Pero finalmente decidió iniciar una carrera universitaria, convirtiéndose en ingeniero informático, en una época en la que esta disciplina, hoy imprescindible, comenzaba a desarrollarse. La prórrogas de los estudios, además, le evitaron de cumplir con el servicio militar obligatorio. Sacó su plaza como funcionario del Ayuntamiento de Murcia y su pasión por la vida militar quedaría, por tanto, en una espina clavada.

Pero todo cambió con el establecimiento de la figura del reservista voluntario. No se lo pensó y se presentó al proceso de selección en 2008 (uno de los primeros), quedando el segundo entre los 200 que optaban a su plaza. «Tras pasar la formación, me han activado varias veces. Primero estuve en Cuatro Vientos, en Madrid, y ahora en la AGA, para cubrir las necesidades que tiene la unidad », indica Mariano González, quien ha adquirido el grado de teniente y afirma que los militares profesionales le han tratado siempre «como uno más», aunque reconoce que en un principio «les chocaba la situación». «Tienes que ganarte la confianza, pero participas al 100% de todos los derechos y deberes de cualquier militar. Eres uno más de la unidad, aunque nosotros venimos a cubrir unos perfiles más técnicos que a lo mejor no están tan desarrollados en las Fuerzas Armadas», indica.

El teniente González asegura que vestir el uniforme del Ejército del Aire «es todo un orgullo, pues las Fuerzas Armadas son una de las instituciones más valoradas por la sociedad, según todos los estudios». También ha podido darle una alegría a su padre, que no podía creer verle vestido de militar jurando bandera. «Los sueños se cumplen».