El mar actúa como gran regulador del clima en las zonas costeras debido a que absorbe y desprende calor a un ritmo más lento que el de la propia superficie terrestre. Ese es el motivo por el que los bañistas de septiembre siempre encuentran el agua más cálida que los de julio.

Sin embargo, el Mediterráneo ha alcanzado ya la temperatura propia del mes septiembre y, con 29, supera en dos grados la que se registró el año pasado en las mismas fechas, según un estudio del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante (UA).

El portavoz de la Comisión de Expertos sobre el Mar Menor y Catedrático de Biología en la Universidad de Murcia, Ángel Pérez Ruzafa, asegura que «siempre existe polémica sobre si se debe al cambio climático o a que nos encontramos en un ciclo de calentamiento del mar». Al margen de eso, lo que está claro es que la temperatura del agua está subiendo, aunque «este aumento no es homogéneo en todo el Mediterráneo.

Algunas zonas, como el Adriático o la costa de la Región y del sur del Mediterráneo, tienden a experimentar incrementos mayores. Esto puede afectar al funcionamiento de los ecosistemas, a la producción biológica en las zonas de frentes oceánicos y, sobre todo, a la aparición de especies exóticas de afinidad tropical que colonizan el Mediterráneo a través del estrecho de Gibraltar o el canal de Suez».

Pérez Ruzafa asegura que el aumento afecta de forma general a todo el Mediterráneo, pero más concretamente al sur. «El ascenso no es algo que vaya a cambiar de un año para otro, por lo que lo más probable, en todo caso, es que siga aumentando».

Este incremento no solo afecta a los ecosistemas marinos y al baño de los veraneantes, sino que repercute de forma directa en la vida de las personas, además, en un ámbito muy sensible para la mayoría: el descanso. La subida del mercurio convierte en un reto el simple hecho de conciliar el sueño, ya que la temperatura idónea para el cuerpo humano a la hora de realizar actividades oscila entre los 18 y los 24 grados.

El catedrático de Análisis Geográfico Regional y responsable del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, explica que «la causa fundamental de estas noches calurosas es que el agua del mar está demasiado caliente. Estos años estamos registrando que el agua está a 27 grados a mediados de julio, mientras que para tener esta marca en los años 80 había que esperar hasta el mes de septiembre». Este año, como anomalía dentro de un cambio acelerado, el agua del mar está ya a 29 grados.

«Hay dos cambios claros en la climatología mediterránea en los últimos 30 años. Las temperaturas han subido, sobre todo por las noches, y las lluvias se han concentrado en menos episodios con la misma cantidad de agua», detalla Olcina.

Así, al elevarse la temperatura del mar Mediterráneo, su efecto regulador, lejos de ayudar a refrescar zonas costeras y del interior de la Región, provoca que durante la noche no exista refrigeración y se alcancen temperaturas muy elevadas. «El indicador más claro de calentamiento global son las noches. Durante el día es habitual encontrar temperaturas elevadísimas, pero que las mínimas sean tan altas no es normal comparado con lo que era habitual hace 30 o 40 años. Los datos muestran que las noches tropicales - por encima de 20º- han ido en aumento durante los últimos 17 años», afirma.

Invasión de especies exóticas del indopacífico

? El catedrático en Biología de la Universidad de Murcia, Ángel Pérez Ruzafa, advierte de que el aumento de la temperatura está provocando la proliferación de especies exóticas en el Mediterráneo, como las que ya hay en el Mar Menor, donde se han encontrado ejemplares de gusano poliqueto Branchiomma boholense, el molusco opistobranquio Bursatella leachii, o las nuevas medusas que han empezado a verse como Phyllorhiza punctata, que proceden todos del indopacífico. Para detectar y controlar la invasión de especies exóticas y estudiar su interacción con las autóctonas, Pérez Ruzafa considera que «la Región es un enclave estratégico para monitorizar la situación. En el Cabo de Palos tenemos una barrera oceanográfica y biogeográfica entre las aguas atlánticas y mediterráneas. En concreto, en la costa de Águilas hasta la reserva natural de Cabo de Palos debería impulsarse un sistema de observación de estos ejemplares antes de que crucen esa barrera y se dispersen por todo el Mediterráneo».