El catedrático de Fisiología lleva haciendo estudios con niños y adolescentes, controlando sus hábitos de comidas y de ejercicio físico, desde hace 20 años y desde el curso pasado coordina el proyecto de investigación permanente de mejora de la alimentación y nutrición, que contempla también la formación de los alumnos a cargo de expertos y que puso en marcha la Consejería de Educación.

¿Se ciñen los colegios a lo previsto?

Entre el curso pasado y este vamos a controlar 20 centros escolares y un colectivo de 1.500 niños. Tomamos muestras de las comidas, las llevamos al laboratorio y las analizamos. En ningún caso hemos encontrado alteraciones sobre lo previsto.

En algunos casos, sin embargo, los niños no se lo comen todo.

Efectivamente, ahí es donde el plan es mejorable. El niño, muchas veces, se toma lo que quiere y no hay suficiente personal atendiendo los comedores para vigilar que no sea así; para que los menores no siempre coman yogurt en lugar de fruta, por ejemplo. Es un tema de ratios. Además, con ello también podríamos convertir la mesa del comedor en una clase de educación nutricional.

Es un buen contexto para crear hábitos de vida saludable.

Lo es y lo hemos comprobado. Personal de nuestro grupo ha dado charlas en unos 20 o 30 colegios sobre la alimentación y la importancia de lo que comemos y creo que va dando resultados. Pero para que realmente sea efectivo, tendríamos que darle continuidad en el tiempo, durante, al menos diez años.

¿Y qué papel deben jugar las familias en ésto?, porque los niños comen en casa en vacaciones y fines de semana.

Si queremos que nuestros niños no tengan problemas de salud de mayores todos debemos jugar en el mismo equipo. A los padres les toca la labor de apoyo de lo que se hace en la escuela; de compartir objetivos con el colegio, los monitores del comedor y el personal de cocina. Que no se crean que por llevarlos al mejor colegio está todo hecho.