Hace 17 años y un día de uno de los crímenes que más impactaron no sólo a la Región de Murcia, sino a toda España. Aquel 1 de abril del año 2000, el adolescente José Rabadán, desde entonces conocido como el asesino de la catana, acababa brutalmente con la vida de sus padres y su hermana pequeña, una niña con síndrome de Down. Escapaba, pero era localizado enseguida. Durante su tramitación judicial entró en vigor la nueva Ley de Responsabilidad Penal del Menor, por la cual el chico acabó condenado a seis años de internamiento en un centro terapéutico más dos años de libertad vigilada. Con tan sólo 24 años, el asesino confeso del triple crimen quedó en libertad. Aunque ya nadie le reconozca por la calle, el recuerdo de aquel crimen permanece en la memoria de la opinión pública y engrosa la crónica negra de España.

El asesinato de la catana marcó un punto de inflexión en la historia negra de la Región. Atrás quedaban otros crímenes horribles y de transcendencia nacional de los que había sido escenario Murcia, enmarcados dentro de lo que se vino a llamar ´la España profunda´. Es el caso del crimen de los novilleros de Cieza, que entraron a ´hacer la luna´ a la finca de Charco Lentisco y no salieron con vida; un triple asesinato en el que las víctimas murieron bajo disparos de escopeta. En el caso del joven de la catana, sin embargo, la historia criminal murciana abrió un nuevo capítulo: influencia de videojuegos y artes marciales, libros de satanismo, conversaciones a través de internet, una espada de samurái como arma homicida, y un autor de los asesinatos que confesó que quería experimentar lo que se sientía al ser libre.

Los investigadores que se enfrentaron al caso no habían visto antes nada parecido en la Región. José Rabadán había pasado página en la historia criminal de Murcia. Acabábamos de entrar en el siglo XXI.

Tanto fue así que el joven de la catana llegó a convertirse incluso en un ´héroe´ a imitar para algunos adolescentes. Mientras estuvo privado de libertad recibió numerosas cartas de admiradores, entre ellas las de dos adolescentes que poco después acabaron con la vida de una compañera de clase en la población gaditana de San Fernando. Las jóvenes también confesaron que querían saber lo que se sentía al matar.

En las primeras horas del día uno de abril de 2000, José, que en ese momento tenía 16 años, mató uno por uno a los miembros de su familia en el que por entonces era su domicilio, un piso ubicado en el barrio de Santiago el Mayor. El arma homicida de la que se sirvió fue una catana que su propio padre, muerto ahora bajo su filo, le había regalado pocos meses antes del suceso.

El joven llevaba días planeando el crimen, de hecho en alguna ocasión llegó a hacer partícipe de sus planes a sus amigos «para hacerse a la idea e irse obligando a ello». Imaginaba cómo sería su vida sin su familia, la libertad que eso supondría y, además, consideraba esto como «algo positivo» también para ellos, pues les liberaría de las cargas laborales y familiares, ya que su hermana padecía Síndrome de Down y requería una mayor atención, según relataba la sentencia.

No existen dudas sobre la alevosía y ensañamiento con la que cometió el crimen. En su propia declaración admitió que estuvo esperando a que su familia durmiera para llevarlo a cabo. Además, según indicaba la sentencia, el menor asestó más de 70 cuchilladas a sus familiares, casi todas ellas vitales, ayudándose también de un cuchillo de monte que provocó una orgía de sangre. «Una vez que inicié los primeros golpes, luego seguí haciéndolo porque no podía parar; estaba dominado por la escena y la sangre», comentó más tarde el asesino.

Tras el crimen, el joven emprendió su huida, no sin antes llamar a la Policía Local para contarles lo sucedido. Ante la incredulidad de los agentes, hizo lo mismo con un amigo, que tampoco creyó lo que contaba.

Finalmente, el asesino fue caminando en dirección a Alicante mientras hacía autostop. Se encontraba ya a la altura de Santomera cuando paró un vehículo y le llevó hasta la capital de la provincia vecina. Allí conoció a un joven con el que hizo amistad, mientras media España intentaba averiguar su paradero. José convenció a este chico para que le acompañase a Barcelona, donde pretendía ir para encontrarse con una chica con la que había entablado una ´relación´ a través de Internet. El viaje estaba previsto para el tres de abril, pero Rabadán no conseguiría su objetivo. Agentes de la Policía lo identificaban y detenían en la misma estación de tren de Alicante.

A partir de ahí, José fue puesto a disposición judicial y comenzó su viaje entre centros de internamiento y juzgados. Durante el proceso judicial, el menor estuvo ingresado en la prisión de Sangonera. Pero al superar los seis meses legalmente establecidos por la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, que entró en vigor ese mismo año, fue puesto en libertad. Ni corto ni perezoso, el asesino confeso del triple crimen se paseaba por municipios de la Región, hacía senderismo e iba al cine de la mano de sus letrados. La situación se volvió tan insostenible que sus propios abogados pidieron el ingreso voluntario del joven en el centro de menores de La Zarza, situado en la localidad de Abanilla.

El uno de junio del mismo año tuvo lugar la celebración del juicio, que fue a puerta cerrada y no duró más de media hora dado que las partes habían llegado a un acuerdo. El Juzgado de Menores de Murcia declaró al menor como autor de tres delitos de asesinato con los agravantes de parentesco, ensañamiento y alevosía, y la eximente incompleta de enajenación mental, y estableció ocho años de internamiento en un Centro Terapéutico, a los que se les restarían los nueve meses en los que anteriormente ya había sido privado de libertad. La medida se componía de seis años de internamiento y dos años de libertad vigilada.

Así, siete años, nueve meses y un día es el tiempo que tardó el joven murciano en saldar sus deudas con la justicia. El autor confeso del triple asesinato quedó en total libertad antes de cumplir los 24 años de edad, al considerar que se trataba de un enfermo mental que podía reinsertarse fácilmente en la sociedad.

Pero, ¿hasta qué punto se trataba de una enfermedad mental? ¿Cómo es realmente el autor del crimen, que fue calificado tanto de sádico como de enfermo, con un carácter que entremezclaba frialdad y sensibilidad?

El psiquiatra designado por su defensa, José Antonio García Andrade, manifestó que el menor padecía un cuadro de psicosis epiléptica idiopática, acompañado de un estado crepuscular en el que se desencadenó una crisis de automatismo orgánico sin posibilidad de control, lo que dio lugar a un homicidio múltiple y le sirvió de atenuante en la pena.

Sin embargo, esta opinión generó una gran polémica debido a que los únicos informes que se aceptaron como válidos fueron los que presentó la defensa, ya que el menor no accedió a entrevistarse con algún otro psiquiatra. Además, neurólogos de todo el país aseguraron que esta enfermedad no estaba aceptada por la neurología internacional y que ni siquiera se manifestaba un cuadro de epilepsia en el joven.

La pasividad de la justicia frente a la práctica de otras pruebas y la conformidad acordada en la rápida celebración del juicio dieron lugar a la generosa medida que se le impuso. Con tan sólo 24 años, José quedó tan libre como imaginó que llegaría a serlo en la madrugada que decidió empuñar la catana.

El joven comenzó su periodo de libertad en la asociación evangélica Nueva Vida, situada en Santander. Se asentó en un pequeño pueblo cántabro junto a Verónica, la chica que había conocido durante su internamiento en el centro y con la que llegó a registrarse en Murcia como pareja de hecho, aunque finalmente puso fin a esta relación. Actualmente, el piso donde tuvo lugar el crimen está siendo habitado por otra familia tras ser puesto en subasta.