Los sucesos esta semana han vuelto a dejar de manifiesto la violencia que sufren los menores en casos de agresiones machistas. En la localidad ciudadrealeña de Campo de Criptana, el pasado miércoles, dos niños de 5 y 8 años eran asesinados por su padre antes de que se suicidara éste arrojándose por la ventana. Otro caso ocurría en Cantabria donde, esta vez con el acusado sentado en el banquillo, una madre, que quedó parapléjica tras saltar por la ventana para huir del maltrato de su marido, relataba en el juicio oral cómo su hijo la protegía de las agresiones del padre. Estas situaciones llevan a admitir al jefe de la Unidad de Familia y Mujer (UFAM) de la Policia Nacional de Murcia, el inspector Javier Baturone, que están aumentando los casos de violencia de género con menores víctimas directas o indirectas.

En 2016, 232 menores fueron atendidos por la Unidad de Atención Psicológica a Menores Expuestos en la Región, 812 desde 2009. En los últimos tiempos, estas situaciones violentas que sufren los menores no eran consideradas como agresiones directas hacia ellos desde las esferas jurídicas y sociales de este país, porque si al menor no se le insultaba, agredía o despreciaba directamente, no sufría.

Así lo afirman un grupo de psicólogas e investigadoras de la asociación Quiero Crecer para la salud mental infanto-juvenil de Murcia, que acaban de publicar un libro sobre la situación actual en la investigación de los tratamientos y protocolos de intervención en menores víctimas de violencia de genero. Síntomas depresivos, estrés postraumático o ansiedad son algunos de los trastornos psicopatológicos que los menores sufren tras pasar una etapa en la que conviven con la violencia del progenitor en el ámbito familiar.

«Esto es un problema social y de salud pública, antes no se veía que al niño le afectaba la situación, no se entendía que sufría estrés postraumático, se le consideraba una víctima indirecta, ahora está comprobado científicamente que sí sufre directamente». Quien habla es Concepción López, responsable de la Unidad de Psicología Pediátrica del Hospital Virgen de la Arrixaca, que asegura que esta problemática pone en riesgo toda la seguridad personal del menor y su estabilidad emocional al ver cómo el padre agrede a la persona que aporta autoridad y confianza al niño. «Éste ve que el mundo es inestable y peligroso». Por su parte, la doctora en Psicología Mavi Alcántara, directora de ´Quiero crecer´, apunta a que los menores están en un estado de hipervigilancia, «los niños dejan de vivir en un entorno doméstico para vivir en una 'zona de guerra'».

Ambas psicólogas coinciden en que la sociedad no se da cuenta de las consecuencias nefastas que estas situaciones pueden tener en los menores. Aseguran que hay un mayor maltrato a menores que a parejas. «Hay muchas estadísticas que confirman ésto, y su resultado es que el menor normaliza la situación de violencia, pide a la madre que no provoque al padre, entran en un síndrome de Estocolmo. Cuando un niño está en fase de supervivencia se desarrolla a trompicones y pierde mucha confianza en las relaciones interpersonales».

En esta línea apunta también la especialista en Psicología Clínica, Antonia Pérez, que deja claro que un menor, si es en una etapa muy temprana de su vida donde está desarrollando su sistema neurológico, sufre más al tener cercana una situación continua de violencia. «A veces cuando son muy pequeños, pueden no apreciar esa realidad, pero luego cuando comienzan a ser conscientes de su entorno, el impacto viene de golpe y con él los trastornos». Negación y disuasión son dos procesos comunes que el cerebro del menor utiliza como herramientas mentales, un cerebro que está en una situación de trauma constante ya no va a funcionar igual que el de una niña o niño que no ha vivido la violencia.

Entre los casos atendidos es muy común encontrarse con menores que han sufrido, directa o indirectamente, 8 o 10 años continuos de maltrato.

Mayor conciencia pero seguimos igual

Los valores sociales, aunque sigue persistiendo en la sociedad un carácter patriarcal, están cambiando. Alcántara apunta que la actitud de los jueces ha evolucionado de «salomónica a abierta». Entre las consecuencias de los cambios está la mejora en la formación en estos casos y mayor visibilización del maltrato a menores.

«Han comenzado a responder los magistrados. Ahora tienen interés en ver cómo esa situación afecta al niño y cómo ver al padre puede afectarle en un futuro. La ley siempre defiende que el menor es la prioridad, pero hasta ahora no ha sido así». En un pasado demasiado reciente, el poder judicial estaba afectado por la creencia social de que era una aberración dejar al padre sin ver a los hijos, pero hoy ha comenzado a cambiar ésto. López subraya que modificar esos valores y creencias cuesta porque de alguna manera ha estado legitimado toda la vida. La ideología patriarcal sigue siendo muy potente.

Las expertas coinciden en que algunos maltratadores si se pueden rehabilitar y darles la oportunidad de tener un régimen de visitas. «Antes no se mandaba al padre al psicólogo tras un caso de violencia de género en el que estaba implicado un menor, ahora sí». Indican que no hay un perfil claro del maltratador porque pueden sufrir trastornos psicológicos, haber sido maltratados en su infancia o ser patriarcales. «Para que estos niños puedan tener una vida sana y una identidad positiva, deben integrar partes tanto de la madre como del padre, y debemos trabajar con el maltratador para que aporte algo beneficioso al menor».

En las intervenciones psicológicas al pequeño corre la prioridad de resolver los conflictos con la no violencia, ya que en casa han presenciado cómo se solucionaba todo mediante agresiones, una forma de sobreponerse que no quieren que adquieran los menores.