Hacer la maleta e irse a Madrid fue, para él, «la decisión más obvia». Era 1999 y apenas tenía 21 años, pero sabía que aquella era una carretera sin retorno. Lo supo prácticamente desde que se subió por primera vez a un escenario en segundo de BUP. Fue cosa casi del azar y de uno de esos profesores reales, de aquellos que aman y a los que les apasiona su trabajo: Blas López.

«Nos propuso -a la clase- elegir entre hacer un trabajo o, por grupos, representar varios entremeses de Cervantes. Y, con tal de no hacer el trabajo, casi al unísono, todos a una, nos decantamos por los entremeses. Bendita la hora...». Para Carlos Santos (Murcia, 1977) aquella fue la primera vez que estuvo en contacto con el teatro; la primera vez que tuvo que meterse en la piel de un personaje -El viejo celoso-, aprenderse un texto y casi dirigir la obra. «En los ensayos se veía muy claro. A la mayoría les daba igual, casi les fastidiaba, y yo notaba que a mí aquello me estaba calando profundamente, que me importaba que saliera bien», recuerda. Le había picado -«el bicho de la interpretación»- y el veneno se había comenzado a extender.

«Por aquel entonces -algunos años más tarde, al terminar COU- me gustaba la Historia del Arte, el Periodismo... Pero, eso, me gustaban, no me apasionaban. Quizá fuera por Indiana Jones, por El año que vivimos peligrosamente..., cine al final. Me di cuenta de que lo que me interesaba realmente era contar historias». Para cuando Carlos se matriculó en la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia ya había tocado a prácticamente todos los clásicos. Shakespeare, Lope... Otro profesor de Literatura, Federico Aliaga, fue entonces, en Maristas, su particular padrino.

Ya en la ESAD, recuerda a César Bernal, a Antonio de Béjar, profesores que marcaron su trayectoria y que, de alguna manera, ayudaron a cincelar quien es hoy Carlos Santos, Goya a mejor actor revelación en la última edición de los Premios Anuales de la Academia y un alumno agradecido.

Para entonces, para aquel septiembre de 1999, la apuesta era a sí o sí; un all-in profesional cuyo premio estaba sobre las tablas de un teatro o frente a la cámara de un cineasta. «Me fui con un año de antelación a Madrid -en el último curso de Arte Dramático- para no obcecarme. Prefería estar ocupado yendo a clase y poco a poco introducirme en el mundillo». Pero la carrera de Carlos Santos no ha aceptado concesiones. En octubre ya estaba ensayando con el elenco de Tomás Gayo para Una mujer sin importancia, de Oscar Wilde. «Después de haber echado el currículum en el Burger King, ver que una de estas cadenas te llama y poder decir: ‘Ahora no puedo porque voy a empezar a ensayar una obra como profesional’, era un gran triunfo. No sé si era para decir: ‘Lo he conseguido’, pero sí era para estar contento».

Santos recuerda aquellos años con mucho cariño; quizá los más amables y decisivos de su vida. «De ahí viene todo lo que me ha pasado después, y me sigue llenando casi 20 años más tarde». Pero, para el gran público, su momento llegó en 2005, con un personaje que le persigue pero del que está sumamente orgulloso. «Povedilla (Los hombres de Paco) es de los papeles más complejos que he interpretado y que creo que interpretaré en toda mi carrera. Un personaje que te podía hacer reír y llorar en la misma secuencia; un personaje tan estereotipado, con aquellas gafotas, que era complicado hacerlo creíble. Un reto absoluto».

Y aunque reconoce que, pese a la amplia trayectoria que lleva detrás, todavía muchos le siguen recordando por aquel policía torpón de la serie de Antena 3, niega que esto sea un hecho que le moleste; todo lo contrario. «Es algo muy bonito. Que la serie terminara hace siete años y hoy la gente siga recordando a Povedilla significa que el personaje caló, y que la serie gustó. Y hay mucha gente que me dice que aún la sigue viendo cuando la reponen. Yo todavía veo Friends y, por mucho que haya hecho después Matthew Perry, yo seguiré viendo a Chendler».

Lejos quedan, sin embargo, aquellos años. Hoy, para la crítica y para los más jóvenes, el personaje de su vida es Luis Roldán, el director general de la Guardia Civil que tuvo a un país en jaque y del que su «admirado» Alberto Rodríguez ha hecho una de las grandes cintas del cine patrio del pasado año, El hombre de las mil caras. «Era la mía -reconoce-, estos papeles te llegan una o ninguna vez en la vida. No está escrito que por ser actor te tenga que llegar un gran personaje. Así que lo único que pensaba es que tenía que estar a la altura y dar lo mejor de mí». Y vaya si lo hizo...

Ahora, Carlos Santos apenas tiene tiempo libre. El poco del que goza se lo dedica a su hermana Laura, a su madre o a tomar una cerveza con los amigos, entre los que se encuentran Jorge y Fran Guirao, de Second, con quienes incluso tiene un grupo. «Soundtrack, sí. Fue hace tiempo. Yo ya había dado algunos conciertos con la acústica en algunos garitos de Madrid, pero me daba una pereza terrible tocar solo. Así que les engañé y los involucré en esta banda. Aunque hace tiempo que no podemos juntarnos -entre ensayos y giras-, seguro que encontraremos el hueco para volver a tocar», añade.

Pero ahora, en la vida de Carlos Santos solo hay sitio para su trabajo. Y lo agradece. Recuerda ese 92% de actores que no trabajan y bendice su suerte. Acaba de presentar Batman: La Lego película, en la que pone voz a uno de los villanos del hombre murciélago, y el día 8 entra a grabar la nueva serie de Telecinco Ella es mi padre. Pero que nadie se piense que es cosa del Goya o de una fama momentánea. Este murciano del barrio del Carmen no ha parado. Y cada uno tiene lo que se merece.