Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer, dice el bolero. El paso del tiempo trae a los humanos de cabeza. El tiempo siempre vuela y trae la edad. Se han escrito toneladas de poesía sobre ese cansino asunto. Porque, como diría Gil de Biedma, «envejecer, morir, es el único argumento de la obra». Pero ha cambiado el argumento de la obra.

El científico español Juan Carlos Izpisua Belmonte (Hellín, Albacete, 1960) acaba de abrir la puerta al rejuvenecimiento celular. Siguiendo con la cita de Gil de Biedma, la vida sigue yendo en serio pero ahora puede que no marche sólo en dirección a la tumba. Izpisua y su equipo del Instituto Salk en La Jolla (California, Estados Unidos) acaban de publicar un estudio en la revista Cell donde exponen cómo han conseguido rejuvenecer órganos de ratones y alargar su vida un 30%. La comunidad científica, tal y como recogió The New York Times en un amplio reportaje, está entusiasmada con un descubrimiento «enorme, novedoso, emocionante».

La idea de la que partió Izpisua contraviene todas las observaciones. Se planteó que el envejecimiento no es irreversible y que el reloj biológico de los animales no sólo se puede ralentizar, también se puede retrasar, reprogramando su genoma. ¿Y cómo se consigue? Así lo explica The New York Times: «El proceso de envejecimiento es parecido a un reloj, en el sentido de que una acumulación constante de cambios degrada la eficiencia de las células del cuerpo. Ese es uno de los misterios más profundos de la biología porque las manecillas del reloj siempre se ponen a cero en el momento de la concepción. Independientemente de lo viejos que sean los padres o las células reproductoras, un óvulo fertilizado siempre está libre de todas las marcas de la edad». Hace diez años, una bióloga japonesa llamada Shinya Yamanaka encontró los genes que reinician el óvulo fertilizado. Su técnica permite cambiar las células de tejido adulto y convertirlas en algo similar a las células madres embrionarias que se producen en las primeras divisiones del óvulo fertilizado.

Si se aplicaba la técnica de Yamanaka a todo un animal, éste moría. Pero Izpisua observó las células de ciertos seres, como lagartos o peces, que pueden regenerar colas o miembros amputados. Las células cerca del apéndice perdido vuelven a un estado intermedio entre célula adulta y célula embrionaria. Vio, por tanto, que esa reprogramación era gradual y que una pequeña dosis de los ‘factores Yamanaka0 podía rejuvenecer las células sin llegar a la reprogramación total y al colapso. Pasó cinco años ideando la forma de conseguirlo.

Ahora que lo ha logrado, cree que el rejuvenecimiento tiene que ver con el estado del epigenoma, el grupo de proteínas que recubre el ADN de la célula y que controla qué genes están activos y cuáles no. El epigenoma es «un manuscrito que se edita continuamente» y con el paso del tiempo acumula muchas marcas y se daña. Entonces la célula no puede leerlo y se degrada. Eso sería la vejez. Si se eliminan esas marcas, vuelve la juventud. ¿Parece fácil, no? Pero, recuerden, los humanos no somos ratones.