Cuando pillaron a Carlos de Inglaterra, señor de rancio abolengo, proyecto de rey (en teoría) y carne de papel couché, soltar tórridos deseos erótico-festivos a su amante, Camilla, por teléfono, la opinión pública de antaño se echó encima... de ella. Los calificativos más suaves que entonces le dedicaron a la mujer „hoy, consorte oficial del mismo señor y, por ende, duquesa„ no pueden ser reproducidos sin caer en lo soez y/o lo delictivo. Cuando la actriz Pastora Vega puso fin a su matrimonio de años con Imanol Arias para irse con Juan Ribó, ¿adónde fueron las críticas? ¿También al amante? En absoluto, era un tío. Una vez más, a ella. Da igual que engañe o sea la engañada. Nosotras siempre tenemos la culpa.

En cuanto al lenguaje, tres cuartos. Nadie suele usar la palabra ´zorro´ para referirse a un hombre ligero de cascos que se acuesta con muchas mujeres. De hecho, nadie suele usar como algo despectivo el hecho de que un hombre se acueste con muchas mujeres. Hasta se llega a aplaudir, es toda una hazaña. En todo caso, se le llamaría ´golfo´, pero generalmente se dice con un tono dicharachero que en absoluto implica ofensa: «Ay, qué golfo es fulanito».

Sexista es que, de una mujer directiva en una multinacional, no pocas bocas -masculinas y femeninas- vomiten que está donde está por motivos más relacionados con su talento sexual que con su talento laboral. Sexista es que un mismo peto de bebé lleve en rosa la leyenda «guapa como mamá» y en azul la sentencia «inteligente como papá» (no es un invento, los vendían así en una tienda de ropa).

Al final, una palabra en sí misma no tiene poder. Una palabra es un conjunto de fonemas puestos en fila, letras, comunicación. El poder está en las neuronas. Al final, en lo del sexismo, resulta que el problema no es el lenguaje: es el cerebro.