Las cifras no dan lugar a dudas, comenta el psicólogo, quien echa en falta un mayor trabajo por parte de la Administración en la prevención de los casos de suicidio. Eliminar los tabús y estigmas sociales que hay en torno a este fenómeno social es clave, dice, para reducir los casos, así como ponerse en manos de los profesionales ante cualquier signo de alerta. «Muchos casos son evitables».

Se apunta como una causa del incremento de suicidios a la crisis económica.

Sí se puede decir que las cifras han aumentado como consecuencia de la crisis. Hay familias y personas que han sufrido muchísimo por ello y ha estado entre los motivos de los suicidios finales. Pero, al afectar a masas importantes de personas, la Psicología nos dice que, paralelamente, siempre surge un fenómeno muy humano, que es la solidaridad. Y yo estoy convencido de que plataformas sociales como las antidesahucios, los bancos de alimentos, Cáritas, etc., que se han volcado en esto, han salvado vidas. Es una variable social importantísima a la hora de evitar suicidios.

Los psicólogos alertan de que un suicidio tiene consecuencias muy preocupantes entre la familia y el entorno de la víctima.

Efectivamente, los suicidios dejan muy marcada a la familia y a su entorno. De hecho, hay que llevar a cabo un trabajo muy marcado con los supervivientes, los familiares y amigos, pues el sentimiento de culpa suele ser muy importante. El destrozo de una familia en estos casos es de envergadura; y se convierte en un duelo complicado. Pero no sólo necesitan asistencia los familiares, también en muchas ocasiones, los profesionales que acuden al lugar donde se ha encontrado el cuerpo, como los bomberos, la policía o el personal sanitario. Muchos se quedan impactados y sufren consecuencias psicológicas.

En este fenómeno, hay por tanto varias implicaciones a tener en cuenta.

Efectivamente, y los grupos de apoyo con la familia tienen un importante trabajo que hacer. No es raro encontrar sentimiento de culpa o enfado entre los familiares por no haber hecho algo para evitar la muerte, dado que suele venir precedida de ‘advertencias’ por parte del suicida. De todas formas, estimar el riesgo de suicidio tiene su complejidad, ya que no es sólo que uno lo diga.

En ese punto entraría entonces el trabajo de los especialistas, para evaluar el riesgo real.

Los profesionales somos los que tenemos que ponderar el riesgo real ante un anuncio de esas características, pues depende, entre otras cuestiones, de la intensidad con la que se diga. Pero yo soy de los que opinan que, debido a las consecuencias que encierra, siempre hay que tomárselo en serio. Porque no es cierto eso de quien lo dice no lo hace. Acudir a un especialista, a su médico e incluso a Urgencias, a tiempo es clave, porque el suicidio es una solución definitiva a un problema temporal. Podemos ayudar a salvar esa crisis. No se puede caer en el silencio. Hay que hablar de ello y lanzar un mensaje claro: ‘Si usted está sufriendo pida ayuda’.

Pero hay una creencia de que hablar de estos temas puede desencadenar un ‘efecto llamada’.

Una razón se debe a que vivimos en un entorno cultural cristiano y suicidarse es un pecado. La gente tiene vergüenza a hablar de este tema. Es un tabú y el origen tiene que ver con la creencia no justificada documentalmente, de que hablar de suicidio puede desencadenar un efecto de imitación. Pero no hay datos que lo avalen. Pese a todo, se ha optado por esta ley del silencio y con ello se ha dejado crecer este fenómeno hasta las cifras que ya hemos comentado. No se trata de culpabilizar al que sufre.