Su ámbito de investigación se centra en la Economía de la Salud. Uno de sus últimos trabajos, publicado en colaboración con otros cuatro investigadores, se centró en la valoración económica de los cuidados 'informales' a enfermos, los que se realizan en el seno de la familia. Si algo está quedando claro en las jornadas que se celebran en la Universidad de Murcia es que el futuro del sistema sanitario público pasa por una evaluación a fondo de sus recursos económicos y dónde se aplican; y por implicar más a los profesionales en las reformas que se proyecten.

¿Qué valor monetario tienen los cuidados a enfermos en el seno de la familia?

Lo primero es que es un coste que no paga el sistema, sino que lo soporta la propia familia. Nosotros lo que hicimos fue preguntar tanto a los que cuidan como a la población en general, en cuánto se valora el tiempo que se dedica a esta atención. No buscábamos una cifra, sino qué prefiere la gente y en cuánto valora su tiempo. Uno de los resultados interesantes fue que hay un componente de afectividad que hace que una persona esté más dispuesta a cuidar a alguien de su entorno, que a plantearse esa situación hipotéticamente. Hay un componente de altruismo no presente, por ejemplo, en el cuidado profesional. Y por tanto la valoración es distinta.

En las jornadas se está pasando por el 'microscopio' a las reformas sanitarias. ¿Hacia dónde apuntan los resultados?

La idea general, el problema con mayúsculas, es saber si el sistema público es sostenible y solvente en el tiempo. Desde la economía de la salud el enfoque que se hace es que es preciso introducir racionalidad en las reformas, diseñarlas con transparencia, con rigor y evaluar lo que se hace. Porque muchas veces se aplican las reformas y ni antes ni después se evalúan las medidas y sus resultados.

Parece lógico...

Sí y está claro que las reformas son imprescindibles pero antes de acometer nuevas hay que evaluar lo que se ha hecho. Por ejemplo, ver cuánto nos cuestan los programas de salud y cuánto beneficio aportan. Con ello podremos aplicar aquellos que más salud aportan y menos coste suponen y cambiar los que no. La racionalidad en el uso de los recursos económicos es muy difícil llevarla al ámbito de las políticas públicas.

¿Por qué?

Aunque aparece en todas las referencias políticas luego no se hace bien por dejación de los responsables o por las propias inercias del sistema, que son difíciles de vencer. En cualquier reforma se debe implicar a los profesionales sanitarios, que son más receptivos a las propuestas que se hacen desde el ámbito de la economía de la salud. Deben estar en la toma de decisiones de una forma activa. ¿Quiénes mejor que los clínicos para decir lo que funciona y lo que no? Es una tarea a largo plazo en la que todos tenemos que empujar.

¿Qué futuro le espera al sistema sanitario público?

El sistema es y va a ser lo que queremos que sea. La clave es elegir bien en qué nos gastamos el dinero destinado a Sanidad. Y, por ejemplo, hacer políticas paralelas de vivienda, empleo, etc. Si mejoras los condicionamientos sociales puede mejorar la salud pública sin aumentar el gasto sanitario. Somos optimistas sobre el futuro si se hace un uso eficiente de los recursos que tenemos. Nuestro sistema sanitario es bueno pero no es perfecto, y hay que procurar que no se desmembre con el tiempo.