Huertas Ponce Segura tiene 81 años y vive en el municipio de Lorca. La colorida bata que lleva puesta encima del camisón del hospital es una metáfora de la vitalidad que esta mujer ha recuperado tras la intervención.

Coqueta, va a buscar un peine para salir «guapa» en la foto, y mientras explica que lo vivido «ha sido un sueño». Llevaba año y medio intentando decidirse si se operaba o no, «pero no terminaba de convencerme».

«Cuando me llamaron para explicarme los distintos procedimientos que había y me dijeron en qué consistía lo que me iban a hacer con el catéter no lo dudé y firmé el consentimiento en ese momento», recuerda.

Con una sonrisa de oreja a oreja, comenta que el mismo día que la intervinieron, el miércoles, «ya estaba comiendo, y sentada en la cama». Ya no siente fatiga y está deseando volver a su casa, con sus dos hijos y cuatro nietos, «para hacer más cosas que antes, porque me siento muy ligera».

Lo recomienda sin pensar: «Porque lo vi, me lo creo; ha sido maravilloso».

La murciana Josefa Ruiz Villa, de 84 años, también se preocupa de tener el mejor aspecto posible para la cámara. Allí está su hija para ayudarla. Ella es uno de los casos derivados directamente por el cirujano, que vio mucho riesgo para operarla abriéndole el pecho.

Algo resfriada, comenta que está deseando volver a casa y a sus rutinas, perdidas desde hace dos años por la enorme fatiga que tenía por la enfermedad y que le impedía hacer una vida normal. «Cada cinco minutos tenía que pararme», señala.

La gimnasia, el baile y el taichi formaban parte de su día a día. «Yo era muy vital», recuerda.

«Esto es estupendo y ojalá se lo pudieran hacer a más personas»; «esto ha sido visto y no visto», concluye.