Rara vez en política „ni, digamos de paso, en la vida„ se da la pareja perfecta. Pero Ciudadanos Región de Murcia parecía disfrutar de ese hallazgo: el infalible modelo, para entendernos, salvadas las distancias, González/Guerra en los 80. Un aparachick para la organización interna, Mario Gómez, y un líder institucional, Miguel Sánchez, para dar la cara por la marca. Distintos, pero complementarios.

Y originalmente, amigos y cómplices. Demasiado perfecto. Gómez, un político adiestrado a las faldas del socialista alcazareño Juan Escudero durante la etapa inicial en que militó en el PSOE, tal vez carecía de esa empatía social que caracteriza a los líderes natos, pero disponía de habilidades y autoridad para la organización férrea, la imposición de disciplina y para capitalizar y ordenar el aluvión de adhesiones al partido emergente y en formación.

Por su parte, Sánchez presentaba la faz de un político inmaduro, pero esforzado y bienintencionado, al que sus propias torpezas le aportaban simpatía social en un momento en que la ´nueva política´ exigía agentes descorbatados, sinceros, frágiles, pero auténticos, lo más parecidos posible al hombre de la calle. Con ese material pusieron en jaque al PP, que para obtener la investidura con el apoyo de Ciudadanos, tuvo que soltar mucho lastre y adquirir compromisos de regeneración interna que su propia renovación, con el cambio de líder, no le habría permitido, dada la estrecha vigilancia de la ´vieja guardia´, por lo demás dadora de la herencia a la nueva generación de PAS.

La fórmula de la pareja complementaria parecía infalible y prometía dar muchos réditos, pero pronto aparecieron los primeros síntomas de que el mecanismo no era manejado con inteligencia. Miguel Sánchez empezó a superar todas sus caricaturas y a mostrarse inflexible con el PP, de modo que Mario Gómez, el aparatista, pasó a ser cultivado por los poderes que apoyan al Gobierno. El que aparecía como ´número dos´ se creyó la imagen que los demás proyectaban interesadamente de él: un político duro, pero dialogante y flexible, frente a un Miguel Sánchez encastillado en la doctrina literal del pacto de investidura.

Así, el Gobierno empezó a enviar mensajeros a Gómez, sin que aparecieran como tales, y éste a sentirse cortejado por la beautiful económica de la Región, a la que ha agradado, para satisfacción del PP, al imponer a última hora cambios en la política de su Grupo Parlamentario, contra el criterio de su portavoz, como en el caso de retirar el apoyo a la moratoria de la construcción en el Mar Menor.

Una vez que Gómez se vio investido como delegado de su partido en Murcia, tomó posesión de la Asamblea Regional en su afán por controlarlo todo, y más cuando el Grupo Municipal del PSOE en Murcia, en una finta inteligente, desarrolló una política pactista y colaborativa con el gobierno de Ballesta, y dejó fuera de juego a Ciudadanos, que creía tener la llave. Gómez fue superado como portavoz de la política municipal „se limitó a la construcción del partido en pedanías en plan secretario de Organización„ y decidió obtener protagonismo político en al ámbito regional para lo que era necesario que Miguel Sánchez pasara a ser un simple intérprete de su voluntad. La destrucción de la pareja ha sido una muy cuidada e inteligente operación desde la superestructura del PP, atenta a los mecanismos psicológicos que sostenían la cúpula de Ciudadanos.

Por tanto, la estúpida crisis interna de ese partido ya estaba ardiendo cuando, probablemente por la mano de un empleado despedido se produjo la filtración de las facturas impropias, lo que ha provocado una situación de ´´sálvese quien pueda´, al tiempo que se ha iniciado una ´caza de brujas´ y la caída en discursos exculpatorios individuales que rozan el ridículo si se tiene en cuenta que proceden de un partido que se proclamaba regeneracionista. Un desperdicio político, en fin.