Allá por el verano de 2008 fallecía, víctima de un tumor cerebral, Isabel Padilla. La mujer, que era enterrada en el cementerio de su localidad natal, La Unión, en la más estricta intimidad, había sido protagonista, diecisiete años antes, de un suceso que había helado la sangre no sólo a la Región de Murcia, sino a toda España.

Y es que Isabel acababa de salir de un psiquiátrico, donde había sido confinada tras ser declarada culpable de la muerte de su marido y de dos de sus hijos. Quedó probado que metía en la comida de sus parientes fármacos para la diabetes. Otros dos hijos sobrevivieron.

Detenida en 1991, la Audiencia Provincial de Murcia la condenó a 98 años de cárcel. Un año después, el Supremo ordenó su ingreso en un psiquiátrico, al entender que no era consciente de sus actos. Isabel sufría síndrome de Münchhausen. Salió a la calle para morir.

Cuando sus familiares comenzaron a enfermar, Isabel era la doliente madre. «Padilla, una mujer de escasa preparación, fue capaz de acumular una extensa cultura sobre enfermedades y medicamentos que aplicó sobre sus hijos y su esposo», escribe sobre el caso el veterano periodista, experto en sucesos, Francisco Pérez Abellán. «Así les provocó una serie de síntomas que conformaban una grave enfermedad», remarca.

«La muestra más alarmante de ese mal eran una serie de hipoglucemias que acabaron conduciéndoles al coma y a la muerte. A los pacientes les fue extirpado el páncreas y, pese a todo, presentaban exceso de insulina en sangre», cuenta el periodista.

Añade que, en el caso de Isabel, «los extraños episodios de insulinismo empezaron a finales de los años setenta y sólo fueron descubiertos casi veinte años después».

Ella misma enfermó

«Tras la muerte de su hija pequeña, la mujer fue ingresada a su vez con los síntomas que había provocado en los otros. Los médicos sospecharon esta vez que la enfermedad podía ser inducida y al intervenir su bolso encontraron una caja de un medicamento antidiabético. Eso les llenó de sospechas y dieron parte a la Policía. Una vez interrogada, sólo confesó que le había administrado aquellas pastillas a su hija Francisca por error y que cuando se dio cuenta rectificó suministrándole azúcar», recuerda Pérez Abellán.

Los médicos se percateron entonces de que «los conocimientos que Isabel Padilla mostraba sobre las enfermedades eran aterradores», apunta el periodista. «Normalmente, quienes lo sufren acompañan a los enfermos constantemente y fingen que les atienden con abnegación. Sin embargo, una constante es que los pacientes empeoran tras la visita de las madres con síndrome», manifiesta.

La insulina, un potente reductor de los niveles de glucosa, puede ser mortal si se inyecta en personas sanas y en dosis excesivas. Además, su rastro desaparece a las pocas horas de haber hecho efecto, y puede confundir a los forenses sobre las causas de la muerte.