Bruselas acoge en el centro de la ciudad dos edificios emblemáticos de esa gran idea llamada Unión Europea e integrada por 28 países: la sede del Parlamento Europeo (PE) -donde trabajan los eurodiputados- y la de la Comisión Europea (CE) -donde lo hacen los 'ministros' o comisarios-.

En este entramado político trabajan miles de personas, pues junto con quienes han sido elegidos -como los 751 eurodiputados- están los funcionarios y el personal contratado. Todos forman parte de uno de los aparatos burocráticos más grandes que se pueden concebir. Y donde el ritmo de trabajo es más lento que el que vive el ciudadano de a pie: entre una idea o iniciativa y su aprobación final, o entre el comienzo de una negociación con países terceros y su cierre, pueden pasar años. Un ejemplo: la UE lleva 16 años intentando cerrar un acuerdo comercial con países suramericanos.

Tampoco son muy ágiles, desde el punto de vista de los tiempos, los controles sobre el dinero que la UE destina a sus distintos programas de inversiones en los países miembros, y en los que se mueven cifras de decenas de miles de millones de euros.

Cuando se termina un programa, que sobre el papel dura un periodo de cinco a seis años, la Comisión tiene otros dos para comprobar si el país miembro ha ejecutado los proyectos aprobados o ha 'engañado'. Un tiempo que coincide con la ejecución del siguiente programa.

Tan cerca, tan lejos

Las sedes del PE y de la CE están relativamente cerca, una distancia física 'caminable', que dista mucho de ser la misma que la que realmente separa a ambos organismos.

En la Comisión se preparan las leyes, se negocian los acuerdos con terceros países; en definitiva, 'se parte el bacalao'.

Al Parlamento le toca votar decisiones ya tomadas y, aunque siempre pueden echar para atrás lo que ha decidido la Comisión, el margen de maniobra es pequeño; sobre todo teniendo en cuenta las presiones políticas y de lobbies económicos a las que los eurodiputados son sometidos.

Por supuesto, ningún comisario ni ningún miembro de su equipo lo reconoce abiertamente. Pero no es difícil verlo desde fuera cuando te explican el funcionamiento de las instituciones europeas. Y eso lo pudimos comprobar un grupo de periodistas murcianos que el jueves y el viernes pasados participamos en el taller Comunicar Europa:¿Misión imposible?, organizado por la Oficina de la Comisión Europea en Madrid, en colaboración con el CEEIM del Instituto de Fomento, el Colegio de Periodistas de la Región y la Universidad de Murcia.

La eurodiputada de Podemos, la cartagenera Lola Sánchez, en su encuentro con los informadores, describió al Parlamento Europeo como «una máquina burocrática bestial en la que estamos atados de manos desde el punto de vista legislativo».

Opacidad informativa

Sánchez se quejó también de la opacidad con la que, por ejemplo, se lleva la negociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos, el TTIP. Un acuerdo de suficiente entidad y que afecta a cientos de millones de personas a ambos lados del Atlántico, como para que todos los ciudadanos europeos, y los murcianos especialmente, estemos muy pendientes.

«Para acceder a algo de información entramos en una sala de lectura, la 'Reading Room', a la que no podemos llevar ni móvil, ni bolso; en la que nos vigilan constantemente y en la que sólo podemos tomar notas, que luego, al haber firmado un consentimiento de confidencialidad, no podemos comentar con nadie», explicó, añadiendo: «Yo, como eurodiputada, no puedo presentar enmiendas».

Desde el gabinete de la comisaria de Comercio, la sueca Cecilia Malmström, responden: «No hay oscuridad en las negociaciones; tradicionalmente no ha interesado lo que hacíamos en política económica y comercial. Y por esa falta de interés se trabajaba con cierta opacidad; el debate que se está suscitando nos pilla desprevenidos».

Es decir, que no están acostumbrados a dar explicaciones mientras negocian.

Tampoco comparten los asesores de sus parlamentarios europeos la queja de que ellos lo hacen todo y los eurodiputados no pueden participar en las negociaciones: los comisarios, dicen, se reunen semanalmente con los eurodiputados para intercambiar propuestas.

Si bien a reglón seguido viene el 'pero' o reconocimiento de que algo de razón tiene la eurodiputada: «Todos tienen acceso a la información disponible, incluida la confidencial; pero hay que tener cuidado porque se manejan informaciones que pueden cambiar el rumbo de muchas inversiones actuales. Durante una negociación no todo se puede hacer público», apuntan desde el gabinete de la comisaria sueca: «Una negociación es un juego de póker». Curiosamente, la misma expresión que utilizó la eurodiputada de Podemos el día anterior.

El vicepresidente del PE y expresidente murciano, Ramón Luis Valcárcel, se queda en la zona de grises: ni todo es blanco ni todo es negro. «No es tanto un problema de falta de transparencia, sino de que no se comunica bien», opinó antes de agregar: «Nos falta claridad explicativa; a veces vamos sobrados».

Y en el tema concreto del TTIP reconoció que era cierto que no se disponía de toda la información, pero porque «la misma Comisión no la tiene al no haber avanzado en la negociación en determinados asuntos; van a un ritmo lentísimo».

Eso sí, los acuerdos, una vez cerrados, se publican y son cien por cien públicos.

Pese a todo, comunicar Europa no sólo no debe ser una misión imposible, sino que es imprescindible hacerlo. Porque aunque no seamos conscientes de ello, y el día a día de nuestra política regional o nacional nos absorba, lo cierto es que muchas de las decisiones que allí se toman pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas. Para hacérnoslas más fáciles o para complicarlas más: el 50% de la legislación española viene de Europa, recuerda Sánchez.