Las iglesias, conventos y monasterios de la Región albergan cientos de reliquias de frailes, monjas y personajes considerados santos que vivieron o tuvieron alguna relación con nuestra tierra. Se llaman reliquias en la Iglesia católica a los restos de los santos después de su muerte, restos que, sólo en pocas ocasiones, incluyen el cuerpo entero. De hecho, la mayoría de reliquias que se veneran en la Región son restos pequeños de los santos originales (dedos, uñas, pequeños huesos, etc..), sobre todo después de que, en la segunda mitad del siglo IV, se impusiera la práctica de fragmentar los cuerpos de los santos para repartirlos entre el mayor número de comunidades cristianas posibles con el fin de fomentar la devoción entre sus feligreses.

Un dedo es, precisamente, lo que puede verse en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura, perteneciente, según cuenta el cronista de la ciudad, a San Vicente Mártir, a la sazón patrón de la localidad. El apéndice se guarda en un precioso relicario, cedido por el convento de las monjas de la Caridad de Molina a la iglesia de la Asunción después de la Guerra Civil.

Los relicarios se han convertido, por derecho propio, en objetos de veneración, no sólo por los restos que conservan en su interior, sino también por la belleza y la calidad de sus formas, amén del hecho de que suelen estar realizados en oro o plata. Y de plata es la urna que alberga los restos de dos de los llamados ´Cuatro Santos de Cartagena´, colocada en la capilla mayor de la Catedral de Murcia. Hablamos de San Fulgencio y su hermana Santa Florentina, patronos de la Diócesis de Cartagena junto a San Isidoro y San Leandro. La mayoría de los huesos de estos santos, sin embargo, se guardan en la iglesia de San Juan Bautista de Berzocana (Cáceres) y algunas otras en San Lorenzo del Escorial. Otros dos relicarios, situados uno en el trascoro y otro en el museo de la Catedral, albergan otras tantas reliquias, casi 200 en total, de santos menores, según señalan los guías del museo catedralicio. Y no sólo de santos. En el altar mayor reposa la urna sepulcral que contiene el corazón y las entrañas de Alfonso X El Sabio, y en otras capillas se guardan los restos de murcianos ilustres como el beato Andrés Hibernón, el escritor Diego de Saavadra Fajardo, o Juan Sáez, sacerdote en proceso de canonización.

Pero no sólo de huesos se llenan los relicarios. También se guardan restos de ropajes y objetos que pudieran haber pertenecido al santo en cuestión o haber estado en contacto con él, y que son considerados dignos de veneración. En este apartado se encuadra uno de los tesoros que más devoción despierta entre los cristianos: las astillas de la Cruz en la que fue crucificado Jesucristo y que en la Región tienen tres representantes repartidas entre Caravaca de la Cruz, Abanilla y Ulea (ver información anexa).

No obstante, en el camino y por el devenir de la historia se han quedado muchas de las reliquias que antiguamente se conservaban en iglesias y monasterios de la Región. Tal es el caso de la iglesia vieja de la Asunción de Yecla, que en el año 1936, en plena Guerra Civil española, fue saqueada y destruido el interior del templo. A consecuencia de este saqueo perdió su magnífico retablo renacentista, sus esculturas y pinturas, el archivo que guardaba y las reliquias que en su interior se veneraban, entre la que destacaba el ´lignum crucis´ donado por el padre Fray Francisco Muñoz de Yecla en 1666 y que era sacado en las rogativas y otras actos religiosos. Otra de las reliquias desaparecidas era un relicario con huesos de San Pascual Bailón.

Aunque el culto a las reliquias se remonta a los comienzos del Cristianismo (de hecho, los primeros restos recogidos de los que se tiene noticia fueron los de San Esteban, primer mártir de la Iglesia Católica), su vigencia es aún notoria en nuestros pueblos.