"Un hombre que se hizo a sí mismo». Así define Pepe Soler a su padre, José Soler Murcia, que el jueves falleció a los 83 años de edad. Gran amante de los toros y melóamno empedernido, su vida fue una lucha constante por superar los retos que se plantaban en su camino, una empresa en la que «siempre salía airoso».

José perdió a su padre a los 7 años, un acontecimiento que le marcó. A los 9 tuvo que hacerse cargo de una barbería para dar de comer a su familia, y a los 11 ya era oficial de barbero. Terminada la Guerra Civil, tuvo que buscar otro empleo. «Pensó que los barberos no ganan dinero, pero los joyeros sí, así que entró como aprendiz en la joyería Galán, situada por entonces junto al Casino», recuerda su hijo Pepe.

Pero ser joyero no era su sueño: él quiso sobre todo ser torero. A los 16 comenzó a saltar a la plaza, planteándose incluso viajar a Andalucía y mantenerse con otros trabajos hasta conseguir asentarse, pero la turberculosis truncó sus ilusiones. Durante varios años luchó contra la enfermedad, hasta que, «cuando estaba cerca de la muerte, el descubrimiento de la estreptomicina le salvó la vida».

Tras este episodio, nunca volvió a intentar ponerse el traje de luces, dedicándose en cambio en cuerpo y alma a la joyería. Con su casa familiar como taller y almacén, José comenzó a elaborar un catálogo artesanal que llevó con éxito por todo el sur peninsular y Castilla-La Mancha. La marca Solercia comenzó a ser muy solicitada, con el reloj de pulsera como objeto estrella.

Ya en los años 90, esta trayectoria fructificó con la joyería Solercia, que montó en Murcia junto a su hijo Francisco Miguel, y en donde estuvo trabajando hasta su fallecimiento.

«Durante toda su vida, su gran afición fue el toreo», cuenta su hijo Pepe, que siguió los pasos de su padre y tuvo una fructífera carrera en el ruedo. Hoy en día es presidente de la Escuela de Tauromaquia de Murcia y tiene una clínica de fisioterapia. «Mi padre fue el que me transmitió la afición, y ejerció de apoderado al principio de mi carrera. Una de sus mayores ilusiones era la de tener un hijo torero, y conmigo se vio cumplida», comenta Pepe.

Según su hijo, José se sintió «muy realizado por haber conseguido unas metas que en su juventud, con la enfermedad, nunca creyó que lograría, como casarse y tener hijos».

Otra de sus grandes pasiones fue la música. «No tenía formación ni sabía de partituras, pero aún así compuso dos pasodobles toreros, uno de los cuales se sigue tocando en las plazas», una muestra de su «gran creatividad, tanto para diseñar joyas como para el resto de parcelas de su vida».

Padre de tres hijos –Pepe, Francisco y Conchi­–, José les transmitió «todos los valores humanos que hoy se están perdiendo, pero que fueron la base de su vida hasta el final. Conceptos como amor, amistad, rectitud, respeto, cariño hacia los demás...». Pese a quedar muy afectado cuando quedó viudo, hace 23 años, su hijo le recuerda «siempre con una sonrisa en la cara. Incluso el día de su muerte, no abandonó la sonrisa».

Hombre hecho a sí mismo, José Soler fue muchas cosas durante su vida, pero ante todo «un gran padre, hermano y amigo, y un hijo ejemplar".