Tiene la sensación de haber vivido una vida que no le correspondía y unas ansias locas por descubrir y saber algo sobre sus orígenes. Inés Madrigal es una madrileña que lleva residiendo en Murcia 17 años y que pertenece a Anadir, asociación nacional de afectados por adopciones irregulares. Esta asociación, formada por 130 personas, tres de ellas residentes en la Región, va a presentar el próximo 27 de enero una denuncia colectiva ante la Fiscalía General con el objetivo de que se abra una investigación y se conozca la verdad sobre la supuesta trama de adopciones ilegales que tuvo lugar en España en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta. Aunque todavía se ha dado algún caso de adopción irregular reciente, la mayoría se concentran en esos años.

Inés nació en la clínica San Ramón de Madrid el 4 de junio de 1969. Nunca supo si su madre biológica fue allí por iniciativa propia para darla en adopción de una manera rápida y sin complicaciones o si fue uno de los tantos bebés que fueron robados. «A muchas madres que daban a luz en ese lugar les decían que sus hijos habían muerto, y le enseñaban el cadáver de un bebé. Tenían unos cuantos congelados y siempre mostraban los mismos. Entonces los vendían a matrimonios que no podían tener hijos y los incribían como si fuesen sus hijos biológicos. Casi todos eran ya hombres y mujeres mayores y con buena posición económica», dice.

Sin embargo, Inés fue un regalo. «Un jesuita amigo de mi madre habló con el director de la clínica San Ramón y de un día para otro le dijeron que comprara ropa de bebé y que fuera rápido para allá, que había una niña para ella».

A pesar de sus ganas por saber algo sobre sus padres biológicos, Inés no guarda ningún tipo de rencor a los que la han criado. «Me lo han dado todo. Mi madre estaba tan preocupada por mi reacción que esperó a que yo tuviese 18 años, cuando conseguí un puesto de trabajo seguro, para contarme la verdad, por si me enfadaba y decidía marcharme de casa. La pobre no quería que tuviese que estar a disgusto viviendo con ella».

Pero Inés no se enfadó. De hecho, no le sorprendió mucho la noticia. Ya había oído campanas cuando era pequeña. «En el colegio, un hijo de un amigo de mi padre empezó a llamarme adoptada. Yo se lo conté a mi madre y recuerdo que fue a casa del niño enfurecida y les enseñó a

toda la familia la partida de nacimiento, donde estaba inscrita como biológica».

Ahora, Inés vive feliz. Trabaja en Renfe, está casada y tiene dos gemelos de dos años y medio nacidos en Murcia. Sin embargo, no se rinde en la lucha de saber sobre su pasado. «Queremos que paguen todos los implicados en la trama y que se cree un banco de ADN para que nos podamos encontrar las madres que sospechan que sus hijos fueron robados y nosotros. Nos robaron nuestra identidad y jugaron a ser Dios».