Los amigos de toda la vida, Carlos Alonso Palate y Wilson Hernán Moyolema, durmieron juntos dentro de un Renault Clio aparcado en la zona de estacionamiento de la T-4 de Barajas la madrugada del 30 de diciembre de 2006. Quizá rememoraran sus años de infancia en Ecuador y también tuvieran tiempo para comentar sus planes de futuro.

Unas horas después, una bomba de ETA hizo saltar por los aires el aparcamiento y cambió el rumbo de la vida de los dos. El primero de ellos, Carlos, seguía en el vehículo y fue una de las dos víctimas del atentado con el que los terroristas rompieron la esperanzadora tregua.

Sin embargo, Wilson ya no estaba sentado a su lado. Se hallaba en la terminal, a la que había acudido a esperar a su mujer para reconciliarse con ella. La bomba marcó sus recuerdos para siempre, pero también cambió su vida. "En la T-4 perdí a un amigo, pero me reconcilié con mi mujer", resaltó.

Un año y unos días después, Wilson no sólo ha recuperado a su mujer, también ha podido traerse a su vivienda de La Aljorra a sus hijos e incluso puede hacer planes para comprarse una casa. "La vida me ha cambiado mucho a raíz del atentado gracias a las ayudas que nos han llegado del Gobierno. Antes no pensaba que pudiera traer a mis hijos a España y mucho menos que podría tener una casa propia", comentó ayer a esta redacción tras hacer una pausa para comer en el trabajo. "Somos personas con escasos recursos económicos y me gusta pensar que la muerte de Carlos ha dejado la semilla para que nosotros y su familia tengamos una vida mejor", añadió.

Este joven ecuatoriano de 32 años -Carlos ya hubiera cumplido 35- trabaja desde muy temprano hasta que oscurece en el campo y, por las noches, suele frecuentar el locutorio 'Virgen de Los Dolores' de la diputación cartagenera en la que ha comenzado su nueva vida en España.

Wilson prefiere olvidar el atentado que acabó con la vida de su amigo. "Prefiero recordar los bellos momentos con él, cómo había logrado superar algunos problemas con la bebida y llevaba más de un año apartado de ella y la gran amistad que nos unía", afirmó.

Y precisamente esa amistad y las ganas de mejorar en la conducción del coche fueron lo que animaron a Carlos a acompañar a Wilson a Madrid para recoger a la mujer del segundo. El matrimonio estaba distanciado por algo más que miles de kilómetros y la llegada de su esposa a España le ofrecía a Wilson una oportunidad para reconciliarse con ella. Lo que ignoraba es que su reencuentro con ella le iba a salvar la vida. "La explosión no nos pilló a los dos en el aparcamiento por sólo unos minutos", resaltó.

Al llegar a Madrid visitaron a unos amigos y decidieron pasar la noche durmiendo en el coche en el propio aeropuerto, recordó Wilson, que abandonó el vehículo muy temprano ansioso por ir a recibir a su esposa. Su amigo Carlos se quedó durmiendo, porque quería dar a la pareja la oportunidad de verse y hablar. Los dos amigos se separaron para siempre.

Poco antes del estallido, Wilson, ya con su esposa, quiso bajar al aparcamiento para emprender el viaje de regreso hacia La Aljorra, pero la máquina de los tiques estaba bloqueada. Trataron de bajar al aparcamiento y varios policías se lo impidieron sin más explicaciones que las de que habían surgido problemas. "No nos dijeron nada de una amenaza de bomba ni de un posible atentado. Él tampoco tuvo que sospechar nada, ni vería policías ni nada", se lamentó. De hecho, Wilson llamó a su amigo al móvil que le había dejado para decirle: "No salgas del coche, espéranos ahí que ahora bajamos".

"Él me vio preocupado y quise tranquilizarle y, en ese momento, fue lo primero que se me ocurrió decirle", recordó Wilson, que hubiera preferido que su amigo de la niñez no le hubiera hecho caso.