El capitán Cristóbal Guirao observa lúcido el islote de Escombreras y el superpuerto, que ha borrado de la costa el monte donde estuvo el monumento a los marinos del Castillo de Olite, hundido bajo sus órdenes desde la batería de La Parajola. Ha vuelto a este fuerte por primera vez desde aquel 7 de marzo de 1939, acompañado de algunos familiares, unas cámaras de televisión, el historiador Luis Miguel Pérez Adán y el editor de Áglaya, Ángel Márquez, artífice del regreso al escenario de la batalla. Guirao residió en Francia hasta 1977 y ahora vive en España en el más estricto anonimato.

Llegó a Cartagena dos días antes del hundimiento al mando del batallón 821, compuesto por trescientos hombres harapientos y mal alimentados que formaban parte de la legendaria brigada 206. "Habíamos luchado contra Millán Astray, contra la Guardia Mora de Moscardó y los Requetés del Norte, duchándonos cuando llovía, éramos un ejército de chiquillos, pero bien preparado y con una buena infantería, no como las milicias, que solo tenían buena voluntad". La brigada sofocó en Cartagena la rebelión a favor de Franco. Ese día, la flota republicana había partido hacia Bizerta. "No habrá otro Cavite", ordenó Miguel Buiza, jefe de la Base Naval.

Tenían poca artillería, porque subir ametralladoras hasta La Parajola era costoso. "Sólo mosquetones, parecidos a los mausers, fusiles de los llamados 'checos' y 'naranjeros', con capacidad para cincuenta balas en el cargador". La noche antes del hundimiento, Guirao cenó butifarra lorquina y un poco de chorizo reseco junto a su compañero de galones, Antonio Martínez Pallarés.

El día que ha elegido Cristóbal Guirao, de 94 años, para visitar el escenario de la batalla es también luminoso, pero no hace frío como la mañana de aquel 7 de marzo.

Sus recuerdos son tan nítidos que parece que fue ayer cuando tras un intento fallido, el obús del cañón Vickers de la batería entró en oblicuo por la proa del carguero, hizo blanco en el puente y el barco saltó por los aires con su carga humana y toda la munición. Sin radio, el Castillo de Olite desconocía la orden de retirada de los 30 barcos de Franco que iban a tomar Cartagena. "Apareció entre la isla y la costa y no se detenía, a pesar de las señales del heliógrafo; yo le dije a Martínez Pallarés: dos cañonazos, uno a cada lado, para que eche anclas, se quede al pairo y diga quién es, pero sólo quitó la bandera de popa, y al virar se puso en la línea de fuego", cuenta Guirao, sin quitar la vista del mar.

El capitán ordenó entonces preparar una segunda pieza mientras el sargento recordaba que la artillería se atascaba. Fue entonces cuando Guirao cruzó su mirada con la de Martínez Pallarés. "Los honores son suyos y la responsabilidad es mía -dijo- y el capitán del Castillo de Olite, pobrecillo, se debió dar cuenta de que no podía avanzar". El jefe del fuerte de La Parajola recuerda el silencio que siguió a la explosión. "Luego disparamos dos cañonazos más para que los barcos de Escombreras que habían salido a prestar auxilio se fueran, y así lo hicieron". Ese mismo día dejó salir del puerto a un submarino. "Fui y soy consciente de mis actos; la guerra es la guerra y luché por lo que creí. La República tenía nombre de mujer y machos para defenderla, pero ahora no los tiene".

Días después se exilió a Francia, donde colaboró con la Resistencia. Durante mucho tiempo le quitó el sueño la suerte de Martínez Pallarés. "Fue trágico, pero 'C'est la casualité', como dicen los franceses".