Fue un miércoles, el 25 de noviembre de 1936, cerca de las cinco y media de la tarde, cuando en Cartagena empezó a escucharse el ruido de los motores de los aviones. De repente, se arrancaron a bombardear la ciudad portuaria. Las sirenas comenzaron a sonar para avisar a los vecinos de que acudieran a sus casas o a los refugios, pero muchos no lograron salvarse del ataque, que dejó 58 víctimas.

Las explosiones y la artillería antiaérea se escuchaban igualmente desde el lugar en el que los civiles se resguardaban, lo que provocó también un daño moral en la población, que interiorizó un sentimiento de inseguridad. De hecho, fueron muchos los que abandonaron la ciudad tras el brutal ataque, algunos ese mismo día, mientras que otros ayudaban a los heridos, sofocaban incendios o retiraban escombros.

¿Por qué Cartagena?

No era ni mucho menos el primer bombardeo que sufría Cartagena en el marco de la Guerra Civil, pero sí fue el más intenso y es recordado como el más devastador. La ciudad era una zona importante para la defensa de la República por sus instalaciones militares y su buena conexión con aeródromos como el de San Javier, además de haberse convertido en un lugar de entrada para la ayuda soviética.

Apenas dos días antes la Legión Cóndor llevó a cabo su primera misión en España: un aparato de reconocimiento de procedencia alemana sobrevoló Cartagena para fotografiar todos sus puntos estratégicos. El objetivo era preparar el ataque del día 25 de noviembre, en el que intervinieron veinte bombarderos organizados en 'diferentes oleadas' para prolongar el tiempo del ataque.

El ruido cesó a las nueve y media de la noche. La aviación se había retirado. Fueron cuatro horas de encierro, de bombas explosivas e incendiarias y de miedo. La noche que quedaba por delante, visto cómo había quedado la ciudad, se preveía larga. Este viernes se cumplen 86 años del bombardeo de las cuatro horas.