¡Estoy aquí, estoy aquí!, gritaba con todas sus fuerzas Samah Guendouz desde unas rocas en Cabo Tiñoso a los equipos de rescate, pero no la veían. Llevaba ya cuatro horas abandonada desde que su kayak volcara. Temblaba de frío y comenzaba a sentir los primeros signos de hipotermia.

Unas horas antes, durante la tarde del pasado sábado, Samah y seis compañeros más iniciaban desde el Real Club de Regatas de Cartagena una travesía en piragua en dirección a la localidad cartagenera de La Azohía. «No iba cómoda, ese día estaba mal físicamente, algo sobrecargada, y poco a poco mis compañeros fueron dejándome atrás», cuenta esta mujer de 34 años afincada en la Región desde que viniera de Argelia hace cinco años. La mar estaba agitada y al llegar al tramo que atraviesa Cabo Tiñoso pensó que ése era el peor momento para volcar. «Ya no tenía visual de mis compañeros y entendí que habrían llegado y que estarían preocupados por mí; aunque en ese momento todavía no me había pasado nada», relata Samah que confiesa que en aquel momento estaba muy cansada, «agotada». Al pasar el cabo, describe Guendouz, la golpeó un fortísimo vendaval, «lo sentí como un cañón de viento y ahí volqué y acabé en el agua».

Todos los piragüistas experimentados llevan en sus rutas un equipo de seguridad que incluye chalecos y una cuerda de seguridad (del tipo sleash en este caso) que mantiene siempre atada la embarcación al tripulante. Ya en el agua, Samah tiró de su sleash para atraer la piragua y su cuerda se aflojó y bajó de su rodillas hasta el tobillo, algo de lo que no se percató. Logró volver a subir al kayak pero al intentar agarrar la pala otra racha de viento la hizo volcar otra vez y ahí fue cuando la cuerda de seguridad se liberó de su tobillo y perdió la piragua.

Abandonada y sin su tabla de salvación miro alrededor para situarse. Explica Samah que vio acantilados, paredes de roca, «y me dije que tenía que encontrar la forma de poder subir a alguna roca como sea, así que nadé con las fuerzas que me quedaban hasta esa zona».

Encontró una zona propicia: un repisa natural en la pared rocosa que podría alcanzar si aprovechaba el movimiento de la masa de agua a chocar contra ella y elevarse. «Esperé que llegara una ola que me subiera para engancharme como una garrapata a la pared pero no me quedaban fuerzas, y el agua me arrastró hacia abajo otra vez», recuerda la piragüista de origen argelino que en ese momento temió por su vida: «O me subo ya o voy a morir aquí» se dijo Samah al límite de sus fuerzas. Apretó los dientes y lo volvió a intentar otra vez. En esta ocasión, al llegar la ola, se percató de un canto, un pequeño saliente al que se agarró con una mano, con tantas fuerzas que el agua no pudo arrastrarla de nuevo.

«No sé cómo subí pero lo hice», rememora algo sorprendida Guendouz que ya estabilizada logró encontrar un espacio en el que ponerse de pie. «Aquello era como un barranco, con una pendiente muy acusada», describe. El viento azotaba con fuerza, la mujer temblaba de frío y comenzaba a experimentar los primeros síntomas de hipotermia. Ella todavía no lo sabía pero quedaban por delante cuatro largas horas para que un equipo de rescate la encontrase.

Lo primero que hizo cuando recuperó el aire fue abrir la bolsa estanca donde llevaba su móvil; «la bolsa no hizo su papel, el móvil estaba encharcado y no funcionaba». Se quedó allí, «pensando si escalar para subir a Castillitos (batería militar histórica en el cabo). Decidí no jugármela y esperar a que me encontraran: habíamos salido de travesía siete personas, entre ellos mi marido, y seguro que vendrían a por a mí, pensé».

De hecho, su marido, preocupado por la ausencia de Samah, volvió sobre sus pasos con su kayak pero no la encontró. «Yo sí le vi, pero él a mí no; con la marea fue imposible», recuerda Samah que informa que tras su marido, los primeros en salir a buscarla fueron los bomberos de Cartagena, que pasaron varias veces por su zona aunque tampoco la vieron. Después fue el turno de la gran embarcación de Salvamento Marítimo «la vi pero muy alejada, creo que estaba allí por la patera que naufragó». Poco después estuvo rastreando la zona una embarcación de Protección Civil que «pasó cerquísima; yo me quité el chaleco, cogí la bolsa naranja fluorescente y hacía señales con los brazos extendidos y gritaba: estoy aquí, estoy aquí, pero nada, no me vieron, no me escucharon, vi la noche caer y me temí lo peor».

Pasaron las horas y fue entonces cuando vio una luz que se acercaba al cabo. «Sabía que eran los bomberos de Cartagena porque eran los que estaban haciendo batidas con focos de luz, y grité todo lo que podía y por fin me vieron y me decían: te hemos visto», explica. Cuando escuchó esas palabras se derrumbó emocionada y lloró de emoción y alivio. La habían encontrado.

Gracias a su buena preparación física y a sus condiciones atléticas pudo resistir y no fue necesario su traslado a un centro hospitalario, aunque sí fue tratada por un grado leve de hipotermia.

Cuenta Samah que nunca antes le había pasado nada parecido. «Sólo una vez en Argelia, pero no fue grave». Asegura que no tiene miedo de volver al kayak, y que volverá a intentar esa ruta aunque «con más precaución, más preparada».

Más de 40.000 rescates y atenciones sólo en dos meses en la Región

Las características del litoral de la Región de Murcia, tanto físicas como meteorológicas, propician las actividades náuticas fundamentalmente durante el periodo estival y en menor grado en otras épocas o días festivos principalmente, con la consiguiente existencia de riesgo para la vida humana. Los efectivos del Plan Copla realizaron sólo entre los meses de junio a agosto de 2020, 40.123 atenciones y rescates . En el mismo periodo del año anterior la cifra alcanzó las 52.913 operaciones.