A Amelia Cánovas, oceanógrafa, educadora ambiental e instructora de buceo, la pandemia de la covid-19 también la dejó "paralizada", pero hoy, tras ese "tiempo de reflexión", encara el futuro dispuesta a contagiar energía positiva desde la primera línea de batalla, que en su caso, es la orilla del mar.

Ha vivido semanas de vértigo desde su campo base de Cabo de Palos para poner en marcha de nuevo una maquinaria que "tuvo que parar del todo por primera vez en la historia" a causa del coronavirus, explica.

Protocolos, planes de contingencia o reapertura en las máximas condiciones de seguridad son enormes retos para actividades ya de por sí complejas.

Pero a Amelia Cánovas no le hacen flaquear, más bien al contrario, "técnicamente es un reto controlado, porque tenemos la experiencia y somos aún más conscientes de la importancia de la información que debemos dar a los clientes por su seguridad y la del ecosistema".

Porque "nos preocupa el impacto que pueda tener una mayor afluencia de personas que salen a la naturaleza con cierto desconocimiento", subraya, aunque las dos décadas que lleva trabajando en eventos masivos le da cierta tranquilidad; "pondremos en marcha la misma operativa que aplicamos a grupos pequeños, con muchos profesionales, educadores ambientales o formadores físicos".

Al fin y al cabo, "en espacios abiertos no existen tantas restricciones como en una instalación cerrada y nosotros estamos muy acostumbrados a la gestión del riesgo", asevera la oceanógrafa, quien incide en que "de la mano de profesionales, una experiencia se hace más interesante, formativa y lucrativa".

Cuando se decretó el estado de alarma por la pandemia de la covid-19, había grupos que estaban llegando al centro de buceo y "les tuvimos que pedir que no lo hicieran; hoy, necesitamos más que nunca el contacto con las personas y vamos a tirar para adelante sin mirar la rentabilidad económica", asegura.

"La temporada la afrontamos con ilusión y más responsabilidad si cabe, pero con gran entusiasmo por reconectar a las personas con la naturaleza, pues es un privilegio poderles llevar a vivir una aventura inolvidable y al mismo tiempo asegurar que esa exploración no suponga un perjuicio", asegura.

Además de coordinar el Centro de Interpretación del Mar en Cabo de Palos, gestiona un centro de buceo al que el coronavirus ha hecho perder cuatro meses de actividad, pero que este verano espera mucha demanda, individual y de familias; "tenemos el precedente de la crisis económica de 2008 y los años siguientes fueron muy buenos, la gente hizo salidas más cortas y más cercanas".

Aunque reconoce que "la gran diferencia es que la incertidumbre es total sobre la evolución de la epidemia y si hay repunte, está todo perdido", pues el turismo es "muy sensible" a la desconfianza del consumidor y "si falla este pilar colapsa la economía".

En este sentido, defiende la diversidad de oferta turística, que "hace que el sistema en su conjunto sea más resiliente", pero apela al apoyo de la administración, que impulse una mejora constante, coordine este cambio y no frene la iniciativa privada; "muchas personas tienen capacidad de autoemplearse, generar riqueza y promocionar un rincón, pero se encuentran con multitud de obstáculos".

Agradece la oportunidad que haber vivido el proceso y el reto de la creación de espacios naturales, en este caso en el mar, y mira optimista el futuro; "me gustaría pensar que este enorme experimento mundial que ha supuesto la pandemia evidencie una percepción mayor de cuánto necesitamos la naturaleza y el valor de un paseo o un baño en el mar, que no tienen un precio de mercado, pero sí un bienestar enorme", subraya.

Y cree que esta reflexión "constituirá un cambio de comportamiento en algunas personas y esos pequeños cambios se traducirán en un enorme impacto global", porque "hemos sido testigos de la enorme presión que ejercen muchas de nuestras acciones en el medio ambiente".

"La naturaleza nos espera, el mar nos espera, regresemos al mar con todo respeto", asevera.