La vida es una elección continua, una sucesión de decisiones acertadas y de fallos imperdonables, de sanas costumbres y de vicios o manías inconfesables. La vida es un cóctel de sorpresas y disgustos, de alegrías y desgracias, de sonrisas y lágrimas. La vida es un transcurrir de rutinas e imprevistos. El inevitable paso del tiempo incontrolable que intentamos controlar.

La vida es una actitud, es libertad para rendirnos o luchar. Y yo tengo claro qué camino prefiero tomar.

La vida es ese cinco minutos más en la cama contra el despertador, ese beso de buenos días, ese café con leche a tu medida que sabe a gloria, llevar a tus hijas al cole de la mano, el olor a tu comida favorita o halagar al cocinero cuando no lo es tanto. Un café, una cabezada, un abrazo, un te quiero, un hola y un adiós.

La vida nos ofrece tantos lujos, nos tiene tan malacostumbrados, que le exigimos más, porque somos incapaces de disfrutarlos. La vida es corta, cada día más. Y, por eso, es cada vez más valiosa. La vida es un enfado y una reconciliación. La vida es un orden desordenado, un ordenador reseteable, un libro por escribir, un borrador con manchurrones, una pizarra por borrar, una hoja en blanco, una página de aventuras, un suceso, una anécdota, una noticia.

La vida es un Martillo que nos golpea sin cesar. Es dolor y resistencia, es sufrimiento y alivio, es enfermedad y curación. La vida es vida y es muerte. Hasta el infinito y más allá.

La vida es un juego, una mala jugada, un jaque y un enroque, un órdago a la grande y a la chica, un mus ciego. Un penalti, un gol y un paradón. Un hat trick. Una doble falta y un ace. Meter un triple y fallar un tiro libre, un mate y un tapón.

La vida es un banquete, una dieta y un atracón, con amigos o con los invitados con los que no querías sentarte. La vida es sal y pimienta, dulce o salado, carta o menú. Mar o montaña, subir o bajar escaleras o ascensor, vino o cerveza. Agua.

La vida es fiesta. O silencio. Ruido o más ruido, mucho ruido. Un estruendo inesperado y una ducha relajante. La vida es calor, es sudor. La vida es frío, mucho frío. Congelado.

«La vida puede ser maravillosa» o un valle de lágrimas al que colarle una sonrisa.

La vida que yo quiero es la que evita la muerte de una niña de 17 años, la que lucha por salvarla, por rescatarla de su agonía, la que no se rinde ante el dolor, ante nada. Si empezamos a decidir quién puede morir y quién no, abrimos una puerta muy peligrosa, porque podemos acabar decidiendo quién tiene derecho a vivir y quién no. A la historia me remito. Tal vez ya lo estamos haciendo sin darnos cuenta, sin querer darnos cuenta, sin que quieran que nos demos cuenta. Mirando para otro lado, para todos lados, en todas direcciones, que es lo mismo que en ninguna. Tal vez seamos víctimas y verdugos de nosotros mismos, aunque aún no lo sepamos.

La vida es acuerdo y desencuentro, son pactos y traiciones, promesas y mentiras. La vida es blanca, negra, multicolor, arcoíris, tutifruti

En pocos días, tendremos nuevo alcalde, nuevo presidente de la Comunidad y nuevo presidente del Gobierno. Ahora que el cuento de Aladín vuelve a arrasar en los cines y, aunque no tengo ni lámpara ni genio, les pido tres deseos: Los dos primeros ni siquiera son míos. Se los escuché al expresidente regional y candidato de Somos Región, Alberto Garre, en el mitin central que ofreció su partido en Cartagena. «Solo pido para nuestros gobernantes que tengan el alma limpia y la conciencia tranquila», dijo.

Mi tercer deseo es que nuestros dirigentes apuesten por la vida. Porque hacerlo por la muerte es tan improductivo, tan absurdo, tan vacío, tan cobarde, tan ilógico, tan irracional, tan inoperante, tan inútil. Apostar por la muerte es tan estéril como resistirse a ella. DEP, Noa. Que nos sirvas de lección.

Y sí, Kike, la vida es un Martillo, que nos golpea, que nos clava las púas, para que estemos bien sujetos. Pegados.