Nuestra Cartagena no es ese mundo ideal que cantaban Aladino y la princesa Jasmine en la película de Disney, por mucho que ayer coincidieran en la ciudad Su Majestad y el crucero de esa factoría internacional de la fantasía.

Los castillos de nuestra Cartagena lucen torres y muros derruidos y solo algunos de los muchos palacios de los que podríamos presumir se muestran restaurados y dignos de cualquier rey o reina.

Nuestra Cartagena es como una Cenicienta a la que casi siempre le dan calabazas para satisfacer los deseos de una hermanastra egoísta, que se ha embellecido a costa de nuestras miserias.

Nuestra Cartagena es como una Blancanieves, la más hermosa del mundo sin necesidad de mirarse en ningún espejismo mágico, pero completamente adormecida y a la espera de que algún día llegue un príncipe azul para despertarla de un letargo que parece eterno.

Nuestra Cartagena es como esa Sirenita a la que dejan sin voz cuando se aleja de su mar y se va tierra adentro.

Nuestra Cartagena es como Gepeto, ese padre decepcionado y harto de mentiras de sus propios hijos, a los que les crece algo más que la nariz.

Nuestra Cartagena fue tierra de princesas y reyes, un paraíso para las civilizaciones históricas y alberga palacios y castillos, murallas y monumentos y un atractivo y envidiado balcón marítimo que serían un lujo, si no fuera por nosotros mismos.

Me gustaría afirmar que a partir del lunes, habremos sido capaces de designar a un príncipe o princesa, a un héroe o heroína tan limpio, honesto y leal como los personajes buenos de las películas de Disney.

Me gustaría decir que el nombrado será capaz de hacernos olvidar el abandono y la desidia que sufrimos y al que nos someten desde fuera y desde no tan fuera. Me gustaría que hiciera de Cartagena nuestro mundo ideal. Pero no lo veo. Mucho me temo que dentro de cuatro años nuestras quejas, nuestros anhelos y nuestros proyectos serán los mismos, parecidos o muy similares a los de hoy. Aunque no pierdo del todo la esperanza, porque, con más o menos opciones, con más o menos acierto, con más o menos sueños, mañana nos toca elegir lo que queremos ser, lo que somos.

Y si no nos gusta, tendremos que seguir esperando a que nos bese un príncipe o a que un chiquillo frote la lámpara para poder brillar como una ciudad tan mágica como nuestra Cartagena podría y puede hacerlo. Y algunos seguirán metidos en su cuento.