Que en 1968, año en que el deseo de un mundo mejor y una sociedad más justa y democrática se echó a la calle en toda Europa. En España, la dictadura mostraba incipientes intentos de apertura y ello posibilitó la creación de las asociaciones de vecinos, movimiento participativo y popular sin el que no se podría entender la historia de nuestros barrios y nuestras ciudades.

La de Pozo Estrecho fue reconocida legalmente el 31 de julio de ese año de 1968 y su primer presidente fue Antonio Campos Saura. La nueva asociación supuso una bocanada de aire fresco en esta localidad del Campo de Cartagena venida a menos, de la que poco quedaba ya de su importante papel en la historia de la Comarca durante los últimos 500 años.

Una de los primeros acuerdos de la asociación de vecinos fue reconvertir la tradición de obsequiar con guiso de pelotas a las autoridades políticas y religiosas en el Casino de la localidad. En una acertada y entonces polémica decisión, se abrió el evento a todas las personas del pueblo y a los visitantes que gustasen. Las cocineras fueron las mujeres de los directivos y hasta hoy la cosa ha ido a más.

Pozo Estrecho aglutinó, con su histórica Parroquia, creada en 1699 en honor a San Fulgencio, una amplia zona rural que comprendía toda la zona oeste del actual término cartagenero, lindando con Mazarrón. Pozo Estrecho ha mantenido su afición al teatro, a la música, a la cultura y a la Fiesta compartida gracias a la labor incansable de la asociación de vecinos, la parroquia, la asociación de amas de casa, el colectivo 'Campo, Música y Flores', las AMPAS o las peñas festeras.

El que escribe, que ha tenido el honor de dedicar 20 años de su vida a la asociación vecinal, organizó el 30 aniversario del colectivo, teniendo el placer de hablar largo y tendido con los presidentes anteriores. El segundo fue Francisco Belmonte, el tercero Fernando Fernández, el cuarto Juan Sánchez Carrión y el quinto Pedro Fructuoso Torres, al que el Ayuntamiento ha homenajeado con el nombre de una calle. Todos ellos y todos sus compañeros de junta directiva, hasta la actual presidenta, número 14, Sonia Montoya Rubio, se merecen la gratitud y homenaje de todos los vecinos por este medio siglo de entrega y servicio desinteresado, siempre luchando, reivindicando, participando, siempre buscando una realidad mejor y más habitable. Lo mejor es que siempre se ha hecho sin olvidar la cultura y la fiesta, porque no todo va a ser la lucha, también nos cura el alma la música, el teatro, la danza o la literatura. Y también importa festejar la unión vecinal y no hay mejor manera que hacerlo en torno a una mesa, compartiendo pelotas, vino de la tierra, naranjas de nuestros huertos y postres artesanales.

Quiero dedicarle estas letras a María Ortega Quesada, mi madre que, como mucha gente, vino de otras tierras a este pueblo acogedor y hoy, con 82 años, es la cocinera de pelotas más vieja de este día de San Fulgencio y, pese a su reciente viudedad, no ha querido que falte su olla con 450 de las 100.000 que reparten en este día grande.

Y quiero, además, volver a demandar públicamente la merecida declaración de Interés Turístico Regional para esta fiesta de las pelotas galileas, entrañable punto de encuentro comarcal que, de no existir, habría que inventarlo.