Dejar de fumar, ponerse a dieta o comer de forma más saludable, hacer más deporte, leer más, poner orden en el creciente batiburrillo de fotos del smartphone, pasar más tiempo con las personas que queremos... Seguro que muchos de ustedes se han hecho uno o varios de estos propósitos con el inicio del año, como si tras los atracones y otros excesos de las fiestas navideñas, hiciéramos un examen de conciencia y tratáramos de corregir o mejorar los aspectos de nuestra vida que consideramos que no van del todo bien. Y así, como quien no quiere la cosa, resulta que ya nos hemos metido en mediados de enero, porque ya han pasado dos semanas de un 2019 tan prometedor, tan lleno de objetivos, tan ilusionante como casi todos los inicios de un año nuevo.

La docena de jornadas que hemos dejado atrás son tiempo más que suficiente para comprobar si esos retos y esas metas que nos hemos planteado tras las campanadas del reloj de la Puerta del Sol están más cerca, si vamos por buen camino, si hemos sido realistas. O si, por el contrario, nos ha vuelto a pasar como casi siempre, que nuestros vicios y nuestras malas costumbres se han convertido en un obstáculo difícil de superar y ese impulso que da el cambio de calendario, ese momento en que nos sentimos capaces de todo, se va desvaneciendo, al percatarnos de que nosotros mismos somos nuestra principal dificultad, porque no resulta nada sencillo modificar los hábitos que nos acompañan durante tantos años. No quiero ser agorero y confío en que les vaya bien y cumplan con todo lo que se han propuesto. Y, si no es así, no se autoengañen ni se excusen en que 2020 es una cifra más redonda para cambiar, porque cualquier día, cualquier semana, cualquier mes supone un momento excelente para darse una nueva oportunidad, para plantearse nuevos propósitos, para hacer borrón y cuenta nueva, para empezar otra vez de cero.

Nuestra ciudad también ha iniciado el año de forma intensa, aunque esto no es nada. Prepárense para lo que nos queda hasta la celebración de las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes de mayo, pero ya habrá tiempo de hartarnos a hablar de la cita más próxima con las urnas. Digo que ha sido un comienzo intenso, porque, al igual que nosotros nos hacemos un año tras otro los mismos propósitos y nuestros logros no son tantos como nos prometíamos, nuestro municipio vuelve a rescatar las mismas promesas que nuestros políticos, los de ahora, los de antes y los de mucho antes nos llevan haciendo también año tras año.

Hemos empezado 2019 hablando de la llegada del AVE, que no se si les suena. ¡Lleva ya tantos años llegando sin llegar! Y, ahora, resulta que existen hasta once trazados posibles (por faltar que no sea) y que la culpa es nuestra porque no nos decidimos, porque el Gobierno central está esperando que le digamos por dónde queremos que nos metan el trenecito. Eso sí, para quitarnos en plena Navidad el servicio más rápido con Madrid no nos han preguntado. ¿O sí? Lo más sorprendente es que vuelven a decirnos que aquella idea de crear una estación provisional en la zona de Mandarache para que llegue antes y que se rechazó con tanta contundencia hace casi cuatro años con el cambio de Gobierno podría volver a plantearse. Entretanto, el proyecto se hace tan eterno como el viaje a Madrid que sufrimos quienes, por obligación o devoción, cogemos un tren tan o más pésimo que el que dejó tirados a los extremeños el primer día de este año. Ellos sufrieron el plantón y la espera, la oscuridad y el frío en unas fechas muy señaladas y se quejan de lo obsoleta de una línea cuyo trazado es de una única vía. A nosotros, una vía similares condiciones nos costó hace ya unos cuantos años la vida de varios de nuestros paisanos. Supongo que se acuerdan de que el accidente de Chinchilla se produjo por el choque frontal de dos trenes que circulaban por los mismos raíles. ¿Qué ha cambiado, qué hemos cambiado desde aquella tragedia?

Otro de esos propósitos que parecen eternos en Cartagena es la tan deseada y cacareada Ciudad de la Justicia. Resulta que, como con lo del AVE, el problema también reside en que no nos aclaramos sobre dónde la queremos y esperemos que el camino que parece haberse despejado con la elección de los terrenos que ocupa, actualmente, en Reina Victoria, la Factoría de Subsistencias de la Armada no se trunque, porque de aquella parcela reservada junto al centro comercial Mandarache nunca más se supo. Además, me extraña que los promotores de nuestra ciudad no le hayan echado el ojo y no peleen por un solar tan grande y tan jugoso como el de esta instalación militar, que lleva tantos años casi en desuso.

Y si estos dos grandes proyectos se nos antojan poca cosa para 2019, ponemos también en la lista de propósitos para Cartagena otros dos clásicos, como son la ansiada restauración de la Catedral Vieja y la recuperación del Anfiteatro romano, que este último parece que sí ya está en marcha. Acabamos de enterarnos de que el ministerio de Fomento apuesta por estos dos monumentos históricos de nuestra ciudad y destinará pingües recursos para que emerjan como Ave Fénix de su eterno abandono, de la incompetencia de nuestra dejadez, la de todos.

De niño, me enseñaron que es bueno plantearse objetivos ambiciosos, ponerse grandes metas y afrontar retos difíciles, pero también me advirtieron de que lo importante para alcanzarlos pasa por ir superando etapas, por dar un paso detrás de otro y por ser realista y abordar aquello que uno se ve capaz de hacer, sin montarse castillos en el aire. Confío en que alguno de los propósitos que me he hecho para este año pueda borrarlo de la lista de 2020. Como también aplaudiré al gobernante que consiga que alguno de los cuatro grandes retos de nuestra ciudad que he citado en estas líneas o algún otro de esos que todos llevamos oyendo un año tras otro deje de ser una eterna y vergonzante promesa.