Hoy hace setenta años que el cielo se abrió provocando una de las inundaciones más terribles en la ciudad durante el pasado siglo XX, únicamente superada por la del 29 de septiembre de 1919, conocida como ´la de San Miguel´. La tarde del 21 de octubre de 1948 la lluvia se hizo cada vez más persistente y los truenos y relámpagos, acompañados de un vendaval sin precedentes, dejaron la ciudad casi completamente a oscuras.

El alcalde Manuel Zamora, que se encontraba en el Palacio Consistorial, se desplazó sobre las diez de la noche al puente de la rambla de Benipila, y al ver la altura que llevaba el agua ordenó que los guardias municipales avisasen al vecindario para que se pusieran a salvo de lo que venía.

Cercana la medianoche, la rambla se desbordó inundando por completo toda la ciudad y sus calles principales, como la del Carmen y Puerta de Murcia, donde el agua alcanzó en algunos puntos casi dos metros de altura. En plena madrugada, el fotógrafo Matrán captó la imagen que ilustra la historia de hoy, fechada erróneamente en algún recopilatorio gráfico ya publicado, y que quedaría grabada en la mente de muchos cartageneros como recuerdo de esta inundación.

En ella se ve el Palacio Pedreño, sede todavía en aquellos momentos del Banco de España, con su planta baja inundada, y sólo hay que fijarse en la altura a la que le llega el agua a la solitaria farola para valorar la magnitud de la catástrofe. No es extraño que la prensa local comentando la instantánea dijera «que la ciudad se asemejaba a una Venecia que se va hundiendo en sus canales».

El sector comercial fue el más afectado dada la gran cantidad de tiendas y establecimientos que se acumulaban en el centro y que vieron cómo sus géneros se echaron completamente a perder. Tiendas como la ferretería de Zacarías Sánchez en Puerta de Murcia, la talabartería de Doroteo Blanco en la calle del Carmen o la huevería de Alfonso Ros Martínez en Santa Florentina, por citar algunas, calcularon sus pérdidas en varios miles de pesetas, según se desprende de los listados de afectados que confeccionó el Ayuntamiento de Cartagena.

Dada la cercanía con la rambla el Asilo de Ancianos de las Hermanitas de los Pobres y las casas de la Conciliación, tampoco se libraron de la fuerza del agua perdiendo muebles y enseres de todo tipo. En el estadio del Almarjal dos días después el agua todavía alcanzaba medio metro de altura y en el de los Tigres se derrumbó parte del muro que lo rodeaba.

En un mensaje del alcalde al Gobernador Civil, el primero informaba que una infinidad de familias habían quedado sin vivienda, que el sanatorio de Canteras se encontraba incomunicado por la destrucción de la carretera y que en la bahía de La Azohía varias casas de pescadores acabaron en el mar.

Por todo ello, no es de extrañar que el único fallecido fuese un niño de dos años en el citado paraje de La Azohía, un pequeño que se le cayó de los brazos a su padre siendo arrastrado por la corriente y pereciendo ahogado.

Y, como siempre suele pasar, en este tipo de calamidades tanto la Armada como el Ejército y la Guardia Civil, junto con la Cruz Roja, todos a una, ayudaron a los afectados y a la limpieza del barro acumulado en las calles de la ciudad. Precisamente más de una treintena de personas fueron asistidas en la Casa de Socorro por lesiones ocasionadas mientras realizaban tareas de limpieza en unas condiciones nada fáciles.

Un día aciago que, por desgracia, volvió a repetirse siete años después, en noviembre de 1955, cuando la ciudad quedó de nuevo anegada por el agua, en un episodio que ya tratamos en esta sección.