Nos satisface enormemente, y hago partícipe del agradecimiento a mi señora esposa, ya que últimamente había llegado a nuestros oídos que había vecinos de Cartagena que estaban poniendo en duda cuál era mi verdadero papel en el Consulado». Con esas palabras agradecía en 1942 el cónsul de Alemania en la ciudad portuaria, Enrique Carlos Fricke, el reloj que le regaló el almirante del Departamento Marítimo de Cartagena, en agradecimiento a su labor. Están recogidas en una carta que envió Fricke el 11 de octubre de aquel mismo año y que ha caído en manos del anticuario murciano Vicente Úbeda junto a la curiosa pieza.

Se trata de un «bonito reloj de oro de contrastada ley -14 kilates-, con su leontina -cadena- correspondiente», según cuenta el propio cónsul en su misiva de agradecimiento, y que «lleva asimismo una inscripción alusiva al cargo que vengo desempeñando en este Consulado durante estos últimos años», describe. Úbeda explica que ha estado detrás del reloj un año, tras conocer su existencia.

«Me lo ofrecieron el año pasado, pero no había documentación que acreditase que era auténtico», afirma el anticuario, que sostiene que en piezas del ejército nazi de la Segunda Guerra Mundial existe mucha falsificación. «Cada cien piezas, dos pueden ser verdaderas; el resto, falsas», razona. Hace escasos días, le llevaron la carta del cónsul que daba veracidad al reloj y no lo dudó. «Soy coleccionista y no podía desaprovechar esta oportunidad», reconoce Úbeda, quien añade que tendrá la pieza un tiempo por la carga histórica que tiene, aunque confirma que acabará vendiéndolo, «en algún momento».

Y es que, el reloj de oro del cónsul de Alemania en Cartagena esconde detrás una historia «singular», dice el anticuario. Según sus investigaciones, Fricke llegó a Cartagena como comerciante, abasteciendo de material químico a las minas de la zona. Cuando llegó la Guerra Civil, en 1936, el alemán ayudó al Bando Nacional y, durante la Segunda Guerra Mundial, siendo ya cónsul, hizo lo propio con el ejército de Adolf Hitler.

«Abastecía y ayudaba a los submarinos alemanes que pasaban por Cartagena y se convirtió en un espía del bando alemán con el consentimiento de Franco», explica Úbeda. Así, «pasaba información de qué tipo de flota tenía Inglaterra -que también operaba en el puerto cartagenero-, así como de los materiales y productos que exportaban los británicos desde la costa murciana».

El emplazamiento del Consulado también contribuyó a facilitar la labor de Fricke, al encontrarse ubicado en el número 33 de la calle Muralla del Mar, en las proximidades del Anfiteatro Romano, con unas vistas privilegiadas de la zona portuaria.

´Pruebas´ de esa condición de espía del nazismo se encuentran en la propia carta de agradecimiento que escribió el cónsul, donde habla de que los propios vecinos de la ciudad estaban poniendo en duda su papel en el Consulado. «Era un diplomático en una zona estratégica de abastecimiento y avituallamiento para los alemanes», zanja Úbeda.

Acabó trágicamente

La historia de Fricke se tornó en tragedia al poco de aquel presente. Movido por su dedicación a la causa alemana no dudó en enviar a su hijo, de 19 años, al frente ruso para combatir contra los soviéticos con el infortunio de que el joven falleció en 1944. Una desgracia que influyó sobremanera en la familia. La mujer de Fricke, María Luisa Oliva, natural de Lorca, esperaba el regreso de su hijo del frente; mientras que el cónsul se suicidó en 1945.